Estuve el sábado en Zamora y hacía buen tiempo. Cada vez es más raro volver y encontrarte con un día soleado. Me cansé de recorrer rincones en obras: calles cortadas, suelos levantados, zanjas y vallas. Incluso para entrar en el Hospital Virgen de la Concha tuve que dar un rodeo que me permitiera encontrar el acceso a la rampa de la puerta central. Dentro de ese edificio, buenas e inmejorables noticias. Fuera del edificio, dos o tres tipos que probablemente vendrían del entorno de Las Llamas, yonquis que apenas se tenían en pie. Con la crisis hay más vagabundos, más gente durmiendo en los soportales y en los bancos de los parques, más tipos tirados o metidos en la droga. Esa es mi impresión, y no importa la ciudad que recorra. Paseando por ahí encontré más comercios y tiendas y bares de reciente apertura, que yo no conocía. Vi de lejos a un clásico de nuestras calles: El Turu. En la tarde del sábado las calles me parecieron vacías y los bares llenos: el personal estaba viendo el partido. Unas horas antes, en el telediario, dijeron que éste era “el partido del siglo”. Llevo oyendo esa frase en los telediarios desde que tengo uso de razón. La dicen al menos una vez al año, y siempre se refieren a los mismos equipos.
Creo que es la primera vez que coincido con el Festival “De tapas por Zamora”. Es su cuarta edición. Hasta el veinticuatro de mayo puede uno gozar de las exquisiteces que ofrecen en los garitos. A un euro por tapa. Noventa bares participan en el evento, en esta celebración que nos entusiasma tanto. Ya me gustaría probarlas todas. Algo imposible, salvo si hubiera tenido dinero suficiente para el gasto y capacidad estomacal para meterme noventa tapas en un día. No sé en cuantos sitios estuvimos. Cuatro o cinco, me parece. Leo en este periódico que en la primera edición participaron treinta y siete establecimientos. La cosa mejora, pues. El mapa del tapeo está dividido en tres zonas, cada una con su correspondiente color. Digamos que yo estuve por la zona naranja. En la web del festival pueden verse incluso las fotos de las tapas de cada local. Ir de cañas y de tapeo es una de las costumbres más queridas por los españoles. Pegar la hebra junto a la barra, tomarse un chato o una cerveza, mover el bigote comiendo unas raciones. Todo eso es “gloria bendita”, como dicen en Muchachada Nui. Por la noche y tras el tapeo recorrimos un montón de locales. Hacía mucho tiempo que no entraba a tantos bares en la misma noche. Me divertí, me encontré a mucha gente. En especial a algunos de mis viejos compañeros de colegio (desde aquí les mando un saludo a todos ellos). Esa es otra de las ventajas de la ciudad, supongo que lo habré comentado ya pero me interesa repetirlo: sales por ahí, de noche, y siempre encuentras caras conocidas, antiguos colegas. Y así da gusto, desde luego.
El regreso a Madrid no fue tan horrible como esperaba. Hubo tráfico, pero como lo hay cualquier otro domingo. Ni siquiera sufrimos el atasco de marras. No debería sorprenderme a estas alturas, pero me sigo sorprendiendo de las burradas que hacen algunos conductores en las carreteras. Unos no señalizan sus maniobras; otros hacen adelantamientos suicidas o pegan acelerones en el momento en que no deben; algunos van despacio y se meten por el carril más rápido, interrumpiendo el flujo de los que van a mayor velocidad. Y luego se asombran de la cantidad de accidentes que se producen cada fin de semana en las carreteras españolas. Y no hablemos de la cantidad de viajeros que ni siquiera se ponen el cinturón de seguridad.