De Jonas Mekas hablamos aquí el otro día. Se recomienda entrar en su web y disfrutar de algunos de sus trabajos audiovisuales. Pero, antes de dedicarse al cine, Mekas fue un nómada, un exiliado que trataba de sobrevivir, un tío sin ningún lugar adonde ir, y, mientras tanto, escribía estos diarios que abarcan desde 1944 a 1955. En su camino desde un pueblo de Lituania hasta Nueva York no falta de nada: la guerra, los campos de trabajo, el hambre, la reclusión, el viaje, la búsqueda de un empleo, el tiempo perdido en las fábricas, la necesidad de la literatura (Vivir para escribir un poema. Escribir poemas porque, si no, no podrías vivir. Ser o no ser. Escribir o no escribir).
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Como sucede en muchos diarios, hay altibajos. Se nota en las anotaciones sobre el último campo de refugiados en el que el autor está junto a su hermano: se palpa cierta rutina, el poeta apunta detalles superfluos, parece que los lugares en que lleva anclado un tiempo le aburren. Pero es cuando llega a Nueva York cuando el diario vuelve a cobrar fuerza y se enriquece con lo que Mekas descubre. Un fragmento:
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Un refugiado se acostumbra a las llegadas y las partidas, a instalarse en un lugar y después volver a trasladarse. Los miembros de una familia, quienes trabajan en la misma fábrica esclavista, los amigos que viven durante años en la misma habitación… Uno se aferra a algo sólo para volver a separarse, para despedirse; cada uno parte hacia una dirección diferente en el ancho mundo. Las amistades, las palabras, los niños, los besos: todo queda en el olvido o en el recuerdo. Ni siquiera hay tiempo para recordarlo todo… Siempre va a haber nuevos lugares y nuevas personas y nuevos dolores.