Segundo volumen de relatos inspirados en la vida en las cárceles y en los campos de trabajos forzados de Kolimá en los que estuvo condenado Varlam Shalámov. Decíamos que el primer tomo era asombroso y desgarrador y La orilla izquierda continúa en la línea. El autor construye sus relatos de distintas maneras: a veces él mismo es el protagonista; otras, un álter ego; y, en algunas ocasiones, recrea leyendas, rumores o historias de los campos en las que él no participó (ver al respecto la narración El último combate del mayor Pugachov).
Shalámov introduce temas interesantes de los que no nos había hablado antes o yo no recuerdo: los leprosos mezclados con el pueblo tras el destrozo de las leproserías por parte de los militares; la repercusión en la vida del hombre que ha estado en las prisiones: cuando sale ya no es capaz de volver a los días previos a la detención, lo cual empuja a algunos al suicidio (recordemos la película Cadena perpetua) o a la desorientación; las grandes fosas comunes de las montañas, donde se hacinan cientos y cientos de cadáveres incorruptos por la acción del hielo y la piedra; las tretas de los soplones y las argucias de los altos mandos para confirmar nuevas condenas y que el preso no salga; los comités de pobres mediante los que se ayudan unos a otros.
La Editorial Minúscula y el traductor Ricardo San Vicente están haciendo una labor extraordinaria de rescate. Me place saber que todavía quedan cuatro volúmenes más. Unos fragmentos:
Shalámov introduce temas interesantes de los que no nos había hablado antes o yo no recuerdo: los leprosos mezclados con el pueblo tras el destrozo de las leproserías por parte de los militares; la repercusión en la vida del hombre que ha estado en las prisiones: cuando sale ya no es capaz de volver a los días previos a la detención, lo cual empuja a algunos al suicidio (recordemos la película Cadena perpetua) o a la desorientación; las grandes fosas comunes de las montañas, donde se hacinan cientos y cientos de cadáveres incorruptos por la acción del hielo y la piedra; las tretas de los soplones y las argucias de los altos mandos para confirmar nuevas condenas y que el preso no salga; los comités de pobres mediante los que se ayudan unos a otros.
La Editorial Minúscula y el traductor Ricardo San Vicente están haciendo una labor extraordinaria de rescate. Me place saber que todavía quedan cuatro volúmenes más. Unos fragmentos:
- Krist no temía a la vida, pero sabía que no se podía jugar con ella, que la vida era algo muy serio.
Krist también sabía otra cosa: que al salir en libertad se convertía en “marcado” por los siglos de los siglos, en eterna presa de caza para los lebreles a los que sus amos pueden soltar en cualquier momento. - Liberarse era peligroso. Tras todo recluso al que se le acaba la condena, en el último año empezaba una auténtica cacería, quién sabe si impulsada y fabricada por órdenes de Moscú, por aquello de que “ni un cabello caerá” y demás. Una cacería hecha de provocaciones, denuncias e interrogatorios.
- Pero no había modo de salvarse. La letra t en las siglas de Krist era una marca, un estigma, una mácula debido a la cual habían torturado a Krist durante muchos años, sin soltarlo de las heladas zanjas de oro de Kolimá a sesenta grados bajo cero. Matándolo con unos duros trabajos forzados imposibles de sobrellevar, trabajos ensalzados como “ejemplo de entrega y heroísmo”, matándolo con las palizas de los jefes, con los culatazos de la escolta, con los puñetazos de los jefes de brigada, con los empujones de los peluqueros, con los codazos de los compañeros… Matándolo de hambre con el “rancho” de la sopa carcelaria.
- Cuando has perdido tus fuerzas, cuando te sientes débil, te invade un irresistible deseo de pelear. Este sentimiento, este ardor del hombre debilitado, lo conocen todos los presos que alguna vez han pasado hambre. La gente hambrienta no pelea como los humanos.
- Al poco se me acercaron a rastras los ladrones de la celda, para registrarme y quitarme lo que pudieran, pero sus esperanzas de sacar tajada fueron inútiles. Salvo piojos, no tenía nada.