Me ha venido a la cabeza una anécdota de cuando cumplí la objeción de conciencia. Fue en el despacho de un sindicato. Por entonces no tenía ni idea de ordenadores. Pero a alguien se le metió en la cabeza que era un experto porque me vio picoteando con el word. “Tú, ya que sabes mucho de informática, a ver si puedes pasarme estos apuntes”. Yo contestaba: “No, de informática no tengo ni idea”. Pero la bola fue creciendo. Los sindicalistas iban por allí: “Tú eres el experto en informática, ¿no?” Y daba igual lo que respondiera. Me convirtieron en experto sin serlo. Una situación digna de una comedia de Peter Sellers.
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