Nacho Vigalondo es el director de una de las mejores películas españolas del año pasado (o quizá la mejor), “Los cronocrímenes”. En el debate que siguió a la presentación de un libro en la que hizo de maestro de ceremonias, contó un caso típico del Facebook. Lo de hacerte “amigo” de gente a la que nunca has visto en persona. O de la que no has oído hablar jamás. Decía que, a veces, se le acerca algún tipo que le propina una palmada, le cuenta que son amigos del Facebook y le propone ir a tomar una caña, como si fueran colegas de toda la vida. Contaba esto desde el estupor y la perplejidad. Porque le pasaba con peña a la que no conocía de nada. Con personas que había acabado aceptando o agregando como amistades en esa “red social”.
Suelo decirle al personal que debemos tener cuidado con el Facebook, que aún es joven e ignoramos las consecuencias que puede desencadenar un uso incorrecto o indebido de la herramienta. Piensen en eso que, dicen, le ha ocurrido a Mariano Rajoy: en la red de encuentro habían abierto tantos perfiles falsos del eterno candidato que tuvo que abrir su propio espacio en Facebook para evitar que proliferasen más fakes. Por eso lo mejor es abrirse un perfil propio, antes de caer en las manos de los desaprensivos. Aunque no lo utilices mucho. Rubén Lardín, junto a Vigalondo, dijo que Facebook era como una ficha policial en la red. Tu ficha, con los datos personales, colgada en un espacio más o menos público. Por eso digo que hay que tener cuidado. Se rumorea que muchos jefes husmean en los “muros” de Facebook de sus trabajadores para comprobar si, en horario de oficina, están currando o si se dedican a poner comentarios y a colgar fotos. A un colega mío le dio un toque su jefe por eso mismo. Al fin y al cabo es una herramienta de control. Y, ¿cómo no vas a agregar de amigo a tu propio jefe si él te lo pide? El registro de tus comentarios se vuelve contra ti.
Al principio, cuando abrí mi ficha en esta página, acepté peticiones de tres o cuatro personas a las que no conocía de nada e incluso sugerencias de amistad que me hacían algunos colegas. Pronto vi que es un error. Que te puede pasar lo que a Nacho Vigalondo: gente que confunda los términos, que crea que por veros las caras en las fotos de los perfiles ya sois hermanos de sangre. Así que ahora hago lo que aconsejo a mucha gente: establecer mi propio filtro. Es decir, no agregar a quienes no conozco. Tampoco agregar a quienes, aunque los conozca, son polémicos por naturaleza y podrían arruinar la paz que prefiero para este invento. El caso excepcional es agregar a gente que no conozco, pero de la que tengo buenas referencias: gente del mundo editorial, del terreno literario, amigos de poetas de los que he oído hablar y ejemplos así. Como saben, en el Facebook puedes comprobar qué amigos tienen tus amigos. Parece que es una garantía de fiabilidad, pero no es tal. Sólo lo parece. Me ha ocurrido un par de veces que, recibiendo peticiones de alguien que no sé quién es, compruebe que esa persona tiene una lista de agregados en la que hay colegas míos. Y, cuando les pregunto a éstos quién es esa persona, ni siquiera lo saben: “No sé quién es, lo habré aceptado sin mirar”. Y ese es uno de los errores de Facebook, además de los múltiples agujeros en la seguridad. Que la gente acepta a todo el mundo para garantizar que la publicidad que envían en forma de mensajes colectivos sea extensible a más personas. Pero eso juega en contra de uno. Siempre puede haber un enemigo camuflado. Alguien que vigila tus pasos. ¿O no?