Me van a perdonar que, por una vez, esté de acuerdo con un acto de violencia, pero que tiene más de gesto que de agresión: el célebre zapatazo del periodista iraquí a George W. Bush. Sin duda es uno de los vídeos más visitados en la red. Y yo no me canso de verlo. Una y otra vez y desde distintos ángulos: las cámaras lo capturaron desde diversas posiciones. En la cultura árabe, al parecer, quitarse los zapatos y arrojarlos a una persona es una de las mayores ofensas que un tipo puede recibir. Busco el documento en YouTube y vuelvo a verlo una y otra vez. Es Historia desde que Mountazer al Zaidi empezó a descalzarse. Las traducciones indican que le gritó: “Éste es un beso de despedida del pueblo iraquí, perro”.
No me esperaba esa agilidad de Bush. Esquiva los tiros sin perder la sonrisa ni descomponer las facciones. De no hacerlo, puede que el primer zapato le hubiera dejado una buena marca. El gesto se convertiría en herida, en moradura. A los guardaespaldas de los servicios secretos no les da tiempo a detenerlo y lanza un segundo zapato, un segundo proyectil. Lo cual demuestra que los más rápidos de este cuento son el periodista y el presidente. Los demás están a verlas venir, reaccionan tarde. Esa sonrisa entre engreída y bobalicona es la marca de la casa Bush (como Acme, pero en cutre y sin gracia). Lo tengo calado, tras tantos años. Es la sonrisa que utiliza para todo, ya sea para soltar un chiste, para encajar una crítica o para esquivar calzado del cuarenta y cuatro. Pero lo peor es que esa misma sonrisa, si se fijan y tiran de archivo, es la que ha utilizado siempre, incluso para ofrecer cifras de muertos en combate o para anunciar que proseguirán las hostilidades. Yo veía a Bush en sus comparecencias y, tras soltar una noticia trágica o poco favorable, sonreía de medio lado (a estas imágenes les sacaron buen partido en la “Versión original” de “Noche Hache”), y pensaba: “¿Por qué se ríe? A este tío le falta un verano”. A “Hud”, una película del llorado Paul Newman, la titularon en España “El más valiente entre mil”. Y dicho título se lo podríamos asignar a Mountazer al Zaidi, que se ha convertido en héroe, con millonarios que ansían comprar sus zapatos y abogados que quieren defenderlo sólo por el placer de la cruzada contra Bush. Llevaba un tiempo con ganas de tirarle los zapatos. Se necesita ser muy valiente o muy chiflado para insultar y agredir al presidente de los Estados Unidos. Las crónicas nos cuentan que le dieron un buen repaso (ya en los vídeos se intuye cómo los gorilas se le tiran encima: como si jugaran al fútbol americano), y que en la cárcel ha recibido malos tratos. Y lo que le queda. Porque Bush sonríe, y bajo su sonrisa se adivina que el agresor lo va a pasar muy mal.
El lanzamiento de zapatos simboliza varias cosas para muchos de nosotros. En esos zapatos voladores nos hemos visto representados miles de ciudadanos. Esos zapatos simbolizan demasiados cadáveres, demasiadas víctimas de guerra, demasiados civiles aplastados, demasiada gente harta de este señor y de sus ataques y su política agresiva durante años. Simboliza que los límites hace tiempo que se cruzaron y un ciudadano, un periodista, lanza el mensaje de hartazgo, el mensaje de los oprimidos y de los que están hasta las pelotas. Propongo que, como en el árbol de los zapatos de Nevada, al paso de Bush por otras tierras todos los ciudadanos cuelguen su calzado y que él lo vea: zapatos en las ramas de los árboles, en el tendido eléctrico, en las farolas y en los balcones. Un gesto silencioso y sin violencia que demuestre el repudio al presidente y el apoyo a quien le lanzó el mensaje del pueblo.