Sin embargo, insistía, esperaba y esperaba. Ya no podía echarse atrás; la espera era el único método, por mucho que le agotara, por muy cerca que en ocasiones se encontrara de hacer las maletas y largarse precipitadamente a Jordania; por mucho que en ocasiones temiera perder la razón. Luego había horas, días, en que todo le daba igual, se mostraba apático, cínico, dejaba que todo siguiera su curso, sentándose en el banco delante de la gasolinera, bebiendo un aguardiente tras otro, con la mirada perdida y el suelo cubierto de colillas. Tan pronto como recobraba el ánimo, más se hundía a continuación en la indiferencia , haraganeando días enteros, semanas enteras, en una absurda y cruel espera.
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