Consulto la ficha de “Los Soprano”, la serie de televisión de David Chase. En la sección de premios indican que ha ganado cinco Globos de Oro, ha recibido otros ochenta y dos galardones y ha sido nominada otras doscientas once veces. Miro esta ficha porque por fin he empezado a ver “Los Soprano”, que tanta gente me recomendó. Prefiero verla así, del tirón: dos o tres episodios al día. Mi problema con las series siempre fue el mismo, o sea, tener que esperar una semana para ver el capítulo siguiente. Aunque me he acostumbrado con “House”.
Lo que más me sorprende de “Los Soprano”, que es una auténtica maravilla en todas sus facetas (dirección, guiones, interpretación, puesta en escena, banda sonora, montaje, etcétera), es su humor. Esperaba algo así como una serie a lo Scorsese, seca y dura, implacable y sin frases que nos hicieran reír: aunque en la mafia de Scorsese hay cierto humor negrísimo. Pero en realidad la serie de David Chase es un cruce entre “Uno de los nuestros” y “Una terapia peligrosa”. Es decir: un capo va al psiquiatra, como hacía De Niro en esta última película, pero no olvida sus deberes. Me gusta el equilibrio entre lo humorístico y lo dramático. Uno se ríe, pero dos minutos después ve a Tony Soprano estrangulando a un soplón (a “una rata”) con una cuerda y se acaban las risas. En el reparto todas las caras resultan familiares, empezando por el gran James Gandolfini, un tipo que me los puso de corbata en “Amor a quemarropa”, en esa escena en la que apalea a Alabama. O Lorraine Bracco, que ya fue la abnegada esposa de Ray Liotta en “Uno de los nuestros”. En cuanto a los secundarios, a la mayoría de ellos los hemos visto en películas de gangsters, en filmes del propio Scorsese, de Abel Ferrara, de Spike Lee, de Sidney Lumet, de Woody Allen. Los mafiosos que rodean a Tony Soprano admiran las películas de Coppola y Scorsese e incluso citan frases de Al Pacino y de la saga de los Corleone. En la serie no hay únicamente un recorrido por “el trabajo” de “la familia” italoamericana en Nueva Jersey, sino que el alma de cada guión está en la familia verdadera, en los problemas domésticos que a diario debe afrontar Tony en su relación con su tío, sus hijos y su mujer. David Chase sabe que no se puede hablar de una saga de capos sin meter el bisturí en el ámbito familiar.
Otra de las gratas sorpresas es la inclusión de dos personajes antes citados: la madre y el tío de Tony Soprano, ambos septuagenarios. Livia, la madre, es conducida a una residencia de ancianos por su hijo y contra su voluntad. Livia aprovechará su experiencia de esposa de mafioso en la sombra, ahora ya viuda, para recomendar a Junior, el tío de Tony, los pasos que debe seguir. Su personaje tiene algo de Lady Macbeth: una mujer que vierte sus consejos en los oídos de quienes mandan. Así, ella misma se convierte desde la residencia en alguien con poder, pero nadie lo sabe. Aquí entra la sutileza del guión. Si Livia dice que “se debería hablar” con Fulano, está sugiriendo que habrá que darle un susto o una paliza. Junior es un hombre ambicioso: quiere ir un paso más allá que otros jefes. Su papel es vital para entender los mecanismos del género: es la clase de hombre que sabe distinguir entre el trabajo y la familia. Primero están los negocios. Así se lo hace saber a su sobrino tras una pequeña discusión: “La próxima vez que vengas, más vale que lo hagas armado o no vengas”. “Los Soprano” hizo historia hace tiempo. Sólo he visto los primeros capítulos y ya estoy enganchado a las andanzas de Tony, un tipo que sabe que es más difícil lidiar con una madre anciana que con las bandas rivales.