En esta novela de culto, Matt Scudder busca al asesino de una prostituta al mismo tiempo que trata de dejar el alcohol. El fondo es Nueva York, con sus tugurios, sus comisarías, sus restaurantes, sus prostitutas y sus chulos, sus calles donde pueden atracarte a la vuelta de la esquina: una ciudad que cada día cuenta, en sus periódicos, ocho millones de historias sobre crímenes, ocho millones de maneras de morir.
Lo interesante del asunto, lo que Block trabaja con más intensidad, no es la intriga, sino la desesperación de Scudder, sus temblores, sus intentos para mantenerse sobrio, sus dudas entre desayunar un café o un whisky. Incluso el clímax final, con el encuentro cara a cara con el culpable, nos es hurtado en una brillante elipsis, clara evidencia de que al autor lo que menos le importa es la identidad del tipo o los tiroteos. Los diálogos son magníficos: una pena que la edición esté repleta de erratas y de guiones de diálogo mal colocados, lo que a menudo despista al lector porque no sabe quién está hablando.