Desde que descubrí a Charles Bukowski en tiempos lejanos, con cierta periodicidad leo alguno de sus libros traducidos en España. Pude haberlos leído todos hace años, pero me gusta aplazarlos. Leerlos de vez en cuando. Uno al año, o así. Hay gente que descubre a Bukowski (lo cual suele suponer un hallazgo rotundo, que te golpea y te deja tieso) y entonces se dedica a leer su obra completa en castellano: los poemas, los relatos, los diarios, las cartas. Se meten un atracón de Chinaski, y los atracones jamás son buenos y mucho menos aconsejables. Y luego esas personas, tras el empacho, se dedican a pregonar que les gustó Bukowski, pero que ya se han cansado y no quieren saber nada de él. Ese mismo hartazgo les podría haber dado si leyeran de un tirón la obra completa de, por ejemplo, William Faulkner (otro autor del que leo sus libros de vez en cuando), pero probablemente no lo hayan intentado. Los poemarios de Bukowski van apareciendo en los últimos años, dado que al principio, en España, predominaba el conocimiento de sus relatos, pero apenas de sus poemas.
De su narrativa sólo me quedaban dos libros (no cuento la correspondencia con Sheri Martinelli) por leer, “Hijo de Satanás” y “Música de cañerías”, ambos de relatos. La otra tarde pensé que ya había aplazado demasiado tiempo su lectura y me entró “mono” de Bukowski. Elegí “Hijo de Satanás”. Magníficas historias, donde encontramos al mejor Bukowski. Sólo me sobran esos relatos en los que se mete en el mundo del deporte: béisbol, hípica, boxeo. Unas semanas antes había leído una reseña de Luis Ingelmo en la que desvelaba el modo en que, en España, casi nunca se ha respetado la traducción fiel de los títulos de sus libros. Por ejemplo, “La senda del perdedor” es “Ham on Rye” (“Jamón sobre centeno”), en clara alusión a “The Catcher in the Rye” (“El guardián entre el centeno”). Antes de leer “Hijo de Satanás” miré las primeras páginas. El título original que allí figuraba, en inglés, es “Septuagenerian Stew”. Me dio por investigar un poco entrando en la tienda virtual de Amazon. El libro llevaba un subtítulo: “Stories & Poems”, es decir, “Cuentos y Poemas”. En algunas fichas de Amazon el internauta tiene la posibilidad de echar un vistazo a la contraportada, el índice y las primeras páginas. En efecto, cada relato iba precedido de tres o cuatro o cinco poemas, dependiendo de los casos. A mí me gustan los libros que intercalan cuentos y poemas, pero por lo que sé es una tradición norteamericana que aquí no es aceptada o no termina de cuajar. Uno de los pocos autores españoles que recuerdo que haya publicado esa mezcla de dos géneros es mi colega David González. En España, pues, al libro original se le amputaron de un tajo de bisturí los poemas, quedando sólo un volumen de relatos.
Algunas de las historias las conocía porque están incluidas en una antología (esta vez sí) en la que el editor mezcló sabiamente la poesía y el cuento y el diario, o sea, “Peleando a la contra”. Una de mis debilidades es que las historias de Bukowski empiezan yendo al grano, como en los cuentos de Raymond Carver y otros grandes narradores de Estados Unidos. Es fácil y cómodo entrar en esas historias, deslizarse como un testigo silencioso en esas vidas truncadas, escritas al amparo del alcohol y la miseria. Casi siempre comienzan con un tío que está con resaca o al que acaban de despedir del trabajo. Me sorprendió mucho el último relato, en el que el autor critica la película “Ordinaria locura”, basada en textos suyos. Tenía la equivocada idea de que le había gustado. Marco Ferreri y Ben Gazzara no salen bien parados.