Un buen cineasta se distingue por sus obsesiones. Quienes carecen de obsesiones personales y demonios y fantasmas interiores sólo se dedicarán a obedecer las órdenes de los jefes de la industria, que los tientan con bombones vacíos y un cheque. Mientras algunos directores de universo muy personal han bajado un peldaño en su carrera merced a sus últimos trabajos (pensemos en David Lynch, en las últimas obras que estrenaron Brian De Palma y Francis Coppola, a falta de ver sus nuevos filmes), otros como David Cronenberg continúan subiendo peldaños, reinventándose, sorprendiendo. Hay una escena antológica en la última obra de Cronenberg, “Promesas del este”, que resume el conjunto de sus obsesiones y de sus demonios. No es la única escena sublime de la película, pero quizá es la que más cala en la mente del espectador y lo deja molido. No puedo desvelar sus pormenores, por si no la han visto. Es una pelea, nada más. Pero pocos cineastas nos han servido una pelea que, mientras nos golpea y entretiene, a la vez trasciende, hace avanzar el argumento y resume sus obsesiones. Los temas que recoge esa lucha son varios, y propios de su universo: la carne y la máquina, el resultado del choque de ambas, la indefensión, la necesidad de sobrevivir, la explosión de la violencia y su lastre de brutalidad, el horror y la belleza de la sangre.
Estos temas ya aparecían en otras cintas. Pensemos en la aleación de la carne y la máquina en la perversa e inmoral “Crash” (la de los noventa, no la que ganó el Oscar), en la que los protagonistas se ponían cachondos en los accidentes de coches; en la extraña “eXistenZ”; en la máquina de escribir parlante de “El almuerzo desnudo”; en las operaciones de cirugía de “Inseparables”; en el experimento de “La mosca”, en que un hombre debe meterse desnudo en el interior de una máquina. O la indefensión del personaje medio loco de “Spider”, la brutalidad en “Una historia de violencia” y cómo transforma las vidas de los personajes. O pensemos en la dualidad, otro tema recurrente: lo analiza en “Inseparables”, en “La mosca”, en “M. Butterfly”, en “El almuerzo desnudo”, en “Una historia de violencia”. Nadie es lo que parece.
“Promesas del este” supone un paso adelante en su filmografía. Cronenberg ha rodado un filme sobre la mafia, la mafia rusa, pero aportando su particular visión. Están ahí los toques propios del cine de mafiosos (honor, familia, jerarquía, rituales, banquetes, reuniones), pero él los enmarca en ese mundo tan personal y regido por sus demonios. La película transcurre en Londres, pero podría ambientarse en cualquier otra parte, pues Cronenberg rehúye las postales. Sólo le interesan el hombre, la carne, lo depravado, las situaciones tensas, etcétera. Aunque seamos incapaces de distinguir la ciudad inglesa, parece que el director y el guionista la han escogido por dos motivos: el clima desapacible de frío y lluvia, y sus pocas horas de luz solar al día. Uno sale conmocionado de sus filmes. Siempre nos dejan un regusto amargo en la boca. Él no hace concesiones, no agrada al espectador. Sus imágenes repugnan y fascinan a la vez. Pensemos en la estética de la violencia de “Crash”, y en los instrumentos espeluznantes, hermosos y perfectos, con que los hermanos Mantle quieren operar a sus pacientes en “Inseparables”. Para “Promesas del este” vuelve a contar con Viggo Mortensen, en una de las más sólidas interpretaciones de su carrera. Mortensen encarna con perfección a un conductor ruso que hace el trabajo sucio. Un perro, un lacayo con honor, un tipo durísimo, que da miedo. Frío, implacable, indiferente, pulcro y templado. Su acento ruso es impecable. Algo que, supongo, se perderá en el doblaje.