La entrevista es un género periodístico escurridizo. Si se sabe ejecutar con maestría mejora el perfil del entrevistado. No pretendo decir que el entrevistado mejora como persona a nuestros ojos, a los ojos de los lectores y espectadores, sino que conocemos sus luces y sus sombras, sus matices y sus preocupaciones. Si se hace mal, lo que queda es algo parecido al churro. Un buen entrevistador es, me parece a mí, Juan Ramón Iborra. Compré hace unos años, cinco o seis o así, su libro “Confesionario”. Englobaba veinticinco entrevistas a escritores y un prólogo de Manuel Vázquez Montalbán. En la portada había una fotografía en sepia de una mano sosteniendo una pluma y escribiendo en un folio. En las primeras páginas constaba que el libro tendría una segunda parte: otras tantas entrevistas con otros tantos escritores. Lo leí, aguardé con ansiedad ese segundo libro y jamás supe del mismo. No lo encontré reseñado, no lo vi en las librerías. En suma, no tuve noticia de él y pensé que quizá no habían vendido suficientes ejemplares y que la continuación se había quedado en una caja, criando polvo en forma de manuscrito.
No es mi intención mencionar aquí la nómina de nombres que aparece en este primer volumen, porque se nos desbordaría el artículo; ya lo pondré, a su debido tiempo, en mi bitácora. El caso es que un par de semanas atrás me acerqué a la sección de saldos de una librería. Y allí, en medio de la morralla, encontré la segunda parte de “Confesionario”. Comprobé la edición: lo habían publicado sólo un año después que el primero. Lo vendían a unos cinco euros. Me lo llevé. Antes de empezarlo quise buscar el primer volumen, lo saqué de mi biblioteca y, para recordar, releí casi todas las entrevistas. Releí sólo aquellas que ahora me interesan.
Estoy por la mitad del segundo “Confesionario”. No conviene leer las entrevistas de golpe. Es un género que requiere ir despacio, un capítulo o dos al día, dependiendo de las ganas o el tiempo. Me parecen dos libros esclarecedores. Por supuesto, muchos de los narradores que salen no me interesan. No me interesa lo que escriban, pero sí lo que digan, porque Iborra sabe sacarle partido incluso a un tipo poco interesante. Hay, también, escritores de los que no he leído nada, pero me gustaron sus respuestas. Es el caso de Julian Barnes. Nunca he leído un libro suyo, y la entrevista es muy amena. Demuestra dos características propias del británico: flema e ironía. Barnes sabe, como sabe Martin Amis (también entrevistado aquí), que el mero hecho de ser escritor en Inglaterra ya supone que seas sospechoso y víctima de polémicas y acusaciones. Iluminadora resulta la entrevista con Ernesto Sábato, de quien yo veneré mucho “El túnel”. Pues bien, quizá a causa de la edad y de los achaques, Sábato aparece como un hombre olvidadizo, indeciso y torpe, triste y quejicoso, que no responde a la mitad de las preguntas, que vuelve loco al entrevistador, que no se entera de la vaina. Y es una pena porque, bueno, es Sábato, ya saben. Pero Iborra registra lo que aquel dice y hace. Las cuestiones planteadas a Günter Grass revelan que con “Pelando la cebolla” no es la primera vez que el alemán habla de su “vinculación con el nazismo en su juventud”. Hay personajes que me sobran, insisto, pero luego podemos encontrar en ambos libros a gente lúcida: James Ellroy, Seamus Heaney, Paul Bowles, Antonio Muñoz Molina, Sam Shepard, Paul Auster, Adolfo Bioy Casares o el ya citado Martin Amis, por mencionar unos cuantos. En breve aparecerá otro libro de confesiones que me interesa: una antología de entrevistas de The Paris Review.