miércoles, agosto 08, 2007

Más discotecas

Te gusten o no, se deben visitar las discotecas y los grandes pubs ibicencos. Es una de sus señas de identidad: es necesario ver la fauna que por allí se mueve. Al final no pudimos entrar en Pachá. Mis familiares habían entrado gratis una noche de la semana anterior, en el mes de julio, gracias a la inclusión en las listas de invitados. Pero yo no tuve suerte: en agosto restringen esas listas, por la masificación, y la entrada cuesta un ojo de la cara, de modo que me fui con algo de envidia porque esos familiares me contaron cómo es por dentro, y me hablaron de los famosos que merodean por sus barras y de las diversas salas para bailar. Por algo Pachá es un clásico.
Una noche estuvimos en el Keeper, un bar de copas situado en el Paseo de Juan Carlos I. Queda muy cerca de Pachá. Al pasar en coche por esa disco, por cierto, vimos la furgoneta en la que suele viajar Paulina Rubio con sus amistades: también la vi al terminar el concierto de The Rolling Stones en Madrid. Paulina Rubio no se pierde una. El Keeper es uno de esos locales que gozan de prestigio, un sitio tradicional con terrazas en las que distraer la madrugada. El ambiente es distinto al de otros bares en los que estuvimos: aquí la clientela incluye menos jóvenes. Al entrar vimos al famoso Marc Ostarcevic bailando con tres muchachas a la vez, en plan playboy latino. Yo no lo reconocí porque no sabía quién era: aún debo aprender unas cuantas lecciones sobre cotilleo. Cerca de la puerta de entrada al garito hay un pequeño tiovivo al que, de vez en cuando, se sube la gente y los demás mueven el cacharro. Un poco más allá, una especie de barra en la que se menean los bailarines: primero, una chica; después subió a bailar otra gogó con dos fulanos de torso desnudo con los que simulaba hacerse un trío. Me gustó la música: Aretha Franklin, Depeche Mode, Michael Jackson, etcétera.
El sábado entramos en Amnesia, una de las mejores discotecas de la isla. Antes de ir allí, seguimos el ritual que ya conté el otro día: nos apostamos en las terrazas de la calle Barcelona, cerca del puerto de Ibiza, a ver pasar a la gente y tomar copas. Es lo que llaman “El Paseo”, donde los ganchos de cada bar te hacen sus ofertas para que te sientes en sus terrazas y consumas (cobran comisión por cada cliente que logren sentar en sus bares). Ese sábado las chicas que hacen de gancho iban con muy poca ropa. Cualquier cosa vale con tal de engatusar y atraer la atención de los paseantes. También hay hombres-gancho, pero ellos van recatados y, como carecen de escotes y de buenas piernas, tienen que valerse de otras habilidades: generalmente, echándole mucho morro. Aunque parezca que no hay una mesa libre, ellos se las arreglan para traerte una en menos de diez segundos. Después fuimos a Amnesia. A las puertas de esta discoteca, a las tantas de la madrugada los pastilleros se montan en sus coches, o esperan fuera de ellos con la música atronadora de sus equipos, bailando para que se les pase un poco el cuelgue. Unos metros más allá del carril de entrada y salida les espera la guardia civil, para registrarlos y hacerles controles de alcoholemia. Amnesia es otra locura. Dicen que su origen está en los setenta, cuando los hippies inauguraron un bar en el que escuchar a los mejores músicos de rock de esa década; uno de ellos era Antonio Escohotado, autor de “Aprendiendo de las drogas”, entre otros libros. Antes de ese bar, Amnesia fue una casa construida en los últimos años del siglo XVIII. He leído en una guía que en este local se inventó el “acid-house” ibicenco. Cerca de la madrugada ofrecieron un espectáculo apoteósico en una de las salas: alrededor de cuarenta gogós bailando en una pasarela. Es otro mundo. Una experiencia única.