En algún lugar he encontrado una de las numerosas citas que definen ese período confuso de hallazgos y equívocos que conocemos con el nombre de adolescencia. Pertenece al escritor argentino Guillermo Martínez y dice así: “La edad de los absolutos, la edad de la contaminación necesaria, la edad en que se llora cuando los demás ríen y se ríe cuando los demás lloran”.
Ana Pérez Cañamares, partiendo de esa época de brillos y lágrimas, disecciona los traumas, las dudas, los amores, las pasiones, los naufragios propios del adolescente en éste su primer libro (cautivador, hermoso) de cuentos, “En días idénticos a nubes”, cuyo título es un préstamo del primer verso de un poema de Luis Cernuda que comienza diciendo: “Adolescente fui en días idénticos a nubes”. A la cita del poeta la acompaña una afirmación rotunda de Ramón Gómez de la Serna: “La adolescencia es cosa bárbara”.
“En días idénticos a nubes” reúne veinte cuentos escritos a lo largo de varios años, a cuyo trazo exquisito en la prosa se ha pegado el esmero botánico con que la autora cultiva el haiku y el microrrelato o cuento hiperbreve. Ana Pérez suele decir que nunca tuvo conciencia de que estos cuentos podrían formar un libro hasta poco antes de su publicación, con lo cual ella ha ido haciendo el libro sin darse cuenta mientras el libro también la hacía a ella, la alimentaba con sus experiencias acaso reales o inventadas, pero ya convertidas en un magma de literatura.
En todos ellos, quizá porque la escritora ha leído mucho, late la sombra de numerosos autores, pero sobre todo la de Raymond Carver, uno de los grandes obreros de la sugerencia en el cuento y uno de los responsables del mal llamado realismo sucio. En todos ellos, el lector hallará un rescoldo de sus propias vivencias, un aroma familiar, igual que si estos relatos pudieran retratarnos a cada uno de nosotros, un espejo en el que poder vislumbrarse. Quien piense que estamos ante el libro autobiográfico de Ana, yerra en su propuesta. Hay autobiografía, desde luego, como la hay siempre más o menos emboscada en toda novela, en todo cuento, pero su autora no se limita a mostrarnos un catálogo de heridas y cicatrices tópicas de las adolescentes, sino, por el contrario, huye del tópico y se calza además los zapatos de los muchachos, nos hace convivir con sus miedos y sus frustraciones, podemos adentrarnos como en una gruta conocida pero sin embargo inexplorada y ella nos lleva de la mano mediante su tono lírico, contenido, y así entramos en el pensamiento de los chicos y de las chicas, o nos conduce a través de la narración objetiva en tercera persona, en actitud de vigilante apostada en ese minuto en el que alguien pierde su inocencia.
Si en todas estas historias se nutre la autora del trágico mundo de la adolescencia, otros temas son comunes en los relatos: el incesto que, similar a un escalofrío de pecado y deseo, planea ávido de víctimas por encima de algunos adolescentes, que aquí aparecen enamorados de sus hermanos o sosteniendo un duelo musical de erotismo y clandestinidad con sus tías, sumidos en el sudor de las alcobas oscuras donde se fraguan las siestas y los secretos. También hay espacio para la muerte, para los primeros besos (cito textualmente) “con sabor a chicle de menta”, para ese pulso doloroso que el adolescente mantiene entre su ansia de descubrimientos, su inocencia y su ignorancia, espacio para el dolor y para los amores platónicos, para las excursiones y las acampadas, cuando se nos sobrecoge el corazón las primeras veces por esa emoción intensa en la que se juntan la noche estrellada, el júbilo de la amistad y el calor de la carne próxima.
Con los relatos de “En días idénticos a nubes” el adulto regresa a un mundo antiguo, el de su pasado, y el adolescente confundido verá algunas pinceladas de su retrato, absorto en esa especie de espejo donde se reflejan personajes con los que podemos identificarnos. Es un libro, pues, que no admite distinciones de edad.
Ana Pérez Cañamares dice, en una entrevista para la revista Literaturas: “Recuerdo la época de la adolescencia sobre todo como intensa, de una intensidad casi dolorosa. Creo que en general se dan dos circunstancias: todavía tienes restos de curiosidad infantil, los ojos están abiertos a todo, con lo cual la vida te entra a borbotones; y sin embargo no se tienen las herramientas o la capacidad crítica o de análisis para ponerle freno a todo eso que te inunda”.
Hay dolor en el libro, desde luego, pero también una fina ironía, la que, acaso sin pretenderlo, asume el adolescente para defenderse de ese mundo que aún no alcanza a comprender ni abrazar. Sirva de ejemplo la carta que la protagonista de “Las lilas blancas” le envía a su novio y cuya advertencia final rompe con la lírica y la tristeza de las líneas precedentes, la carta que dice así: “Yo te quiero más que a nadie, David, te querré siempre, lo que pasa es que aún me acuerdo mucho del abuelo, mira que morirse cuando sólo llevábamos quince días juntos, estaba allí muerto, en aquella sala que parecía una cápsula de hibernación como las de las naves en las pelis, a punto de despegar hacia el más allá, y yo venga a pensar en verte, con tantas ganas que hasta me parecía que los demás fueran a adivinarme los pensamientos, y de no llorar al abuelo cuando tocaba no he podido olvidarte en todo este tiempo, pero yo te quiero, David, más que a nadie, no puedo esperar a que acabe el verano. ¡Como te líes con una de Santander, os mato a los dos!”
Por último, me gustaría apuntar que en este libro el lector encontrará, entre otros, la desoladora historia de una muchacha enamorada de su hermano homosexual; el relato del descubrimiento de los secretos ocultos en el ámbito familiar, en aquella España donde comenzaba a surgir la esperanza en el horizonte mientras el dictador tenía urgentes aspiraciones a cadáver; el cuento de un muchacho atraído por el erotismo que desprende la madre de uno de sus amigos.
Pero dejemos que sea el lector quien vaya descubriendo, al igual que los personajes descubren las ambiguas facetas de los sentimientos, las historias que anidan en este libro, plagado de finales abiertos, donde imperan la sugerencia, el equilibrio y esa cosa bárbara que es la adolescencia.
Hace 13 horas