Yo imagino, aunque sé que es mucho imaginar, que a Ingmar Bergman se le apareció, una noche de este verano (no un "verano con Mónica", sino con Eva Bergman, su hija, quien le acompañó en los últimos momentos para cerrar sus ojos), la Muerte en persona, no con la imagen de la calavera que tanto hemos imaginado, sino como él mismo la representó en "El séptimo sello", con un rostro gélido, de pómulos afilados, labios sensuales, una frente amplia y el mentón partido y carnoso, y que le propuso una partida de ajedrez, porque ya no era la persona quien proponía a la Muerte jugarse la vida sobre el tablero, como hizo el caballero Antonius Block (Max Von Sydow) durante la terrible Peste Negra, a su regreso de las Cruzadas, no, ya no era la persona, el hombre, Bergman, quien proponía la partida, sino la propia Muerte con rostro pálido de individuo y mirada de censor, que le ofrece una oportunidad para el jaque mate, y Bergman quizá acepta el reto, pero ya no es el mismo hombre, yace hundido desde el fallecimiento de su esposa Ingrid Von Rosen, que se fue en el noventa y cinco dejándole un testamento de tristezas y soledades.
Yo imagino, aunque sé que es mucho imaginar, lo triste que resulta morirse en verano, como lo han hecho esta semana tres hombres de cine, tres catedrales del séptimo arte y del séptimo sello, a saber, Ingmar Bergman, Michel Serrault, Michelangelo Antonioni, porque en verano domina un sol bajo el que sólo apetece tumbarse a echar una siesta, leer un buen libro, comer fruta fresca a la sombra de un árbol, introducirse despacio en un lago, aunque en la Isla de Faarö, el retiro de Bergman en el Mar Báltico, el verano es más fresco y menos agobiante, pero cualquier cosa vale de excusa para no morirse, e imagino que es difícil aceptar la muerte en otoño porque los adioses son más duros cuando alrededor caen las hojas y el paisaje cobra un tono ocre, y no es fácil morirse en invierno porque hace demasiado frío y donde mejor se está es con los tuyos y al amparo de un brasero, y en primavera ya no digamos, en primavera hay demasiadas flores y demasiadas sonrisas como para ponerse manos a la obra con las despedidas, pero la Muerte hace lo que quiere, y así habrá ofrecido una partida de ajedrez a Bergman y quizá otras tantas a Serrault y a Antonioni, y hablo de las estaciones y de la extinción de la vida porque Bergman mencionaba las estaciones en algunos títulos, hizo "Sonata de otoño" y "Sonrisas de una noche de verano" y "Un verano con Mónica" y "Juegos de verano", pero no sabemos si vio en un sueño su propio cadáver, como le ocurrió al médico de "Fresas salvajes".
Yo imagino, aunque sé que es mucho imaginar, que esta será una semana terrible para los cineastas, pero el más afectado es Woody Allen, que homenajeó y parodió e imitó a Bergman, y que rueda ahora en Asturias, pero cualquier cinéfilo que conozca los clásicos se sentirá mal, porque en estos tres muertos encontramos obras maestras y obras encomiables, ya desde la belleza misma de los títulos, "El silencio", "Más allá de las nubes", "Gritos y susurros", "El manantial de la doncella", "La noche", "Persona", "La carcoma", "Crónica de un amor", "El rostro", "La sed", "El eclipse", "La aventura", "La chica de París", e imagino que, tras perder esa partida, al sueco le hubiese gustado que despidiéramos este homenaje con palabras de su libro "Las mejores intenciones", que aún no he leído, allá donde dice, refiriéndose a las fotos de sus antepasados: "Pero sobre todo los rostros. Me meto en las imágenes y toco a las personas, a las que recuerdo y a aquellas de las que no sé nada".