La casa despide un olor peculiar, un aroma característico. El rabino tiene trece hijos, y ése es el olor. El ciclo continuo de las necesidades cotidianas. Siempre hay alguien comiendo o cagando, poniéndose unos calcetines o quitándoselos. Pero no es blanca como el pabellón del hospital. Ni estéril y artificial. Aquello es la vida real, con los olores que la acompañan.
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