Dado que también soy lector de blogs, y me interesan mucho más las opiniones literarias y cinematográficas de los lectores y espectadores corrientes, es decir, las que no pertenecen a los críticos al uso de los suplementos y las revistas especializadas, me molesta terriblemente una moda muy perniciosa para las obras artísticas, nacida en la red y ejercida, casi siempre, por jovencitos que aún no han echado su primer polvo. Consiste ésta en criticar una obra, generalmente un libro o una película, y a veces un disco, sin haberlos leído ni visto ni escuchado. Con rabia, despedazan en sus blogs la obra en cuestión, y dicen que no esperan nada de la misma. Sólo han topado con un póster, o con un trailer, o leído la contraportada de un libro, o incluso sólo el índice, y ya destrozan el filme o la novela. Me parece prematuro y muy atrevido juzgar cualquier obra basándose sólo en prejuicios y suposiciones. Aunque todos, alguna que otra vez, hemos pecado de esto: yo mismo supuse que la serie “Cuenta atrás” sería una bazofia por incorporar en su reparto a un pésimo actor, pero tuve que tragarme unas cuantas escenas para cerciorarme de mi acierto casual.
Esta manía se me antoja peligrosa. Porque puede convertirse en el origen de la crítica que luego, en las páginas oficiales, nos espera. El origen de la crítica del futuro, se entiende. Imaginen que ese muchacho, que en su bitácora despedaza una película sin haberla visto aún, alcanza el día de mañana el rango de crítico de una revista. Mal vamos, entonces. Y no es raro. Cuando, en el pase de prensa de “Apocalypto”, se me sentó al lado un periodista con toda la barba que se comportó durante la proyección como si fuese un crío en una matinal, pensé que, de muchacho, habría sido uno de esos sabelotodos que juzgan la trayectoria de un artista sin afrontar primero su obra. Todos, insisto, tenemos prejuicios. Hace años me negaba a ver “American Pie” y “Scary Movie” y sus secuelas, hasta que alguien me convenció para verlas en dvd y lo agradecí: pasé ratos muy agradables. Pero, a pesar de esos prejuicios, nunca me dio por escribir una crítica sin haberlas visto.
Aún más perniciosa que la moda de poner a parir libros que no se han leído ni películas que no se han visto es la tendencia general de la manada, que apoya al susodicho sin haberse enfrentado, tampoco, a la obra en cuestión. Así, no es raro encontrar en los comentarios de otras bitácoras las siguientes declaraciones: “Estoy totalmente de acuerdo con tu análisis. Aunque no he visto aún la película”. O: “Un razonamiento estupendo. Tienes razón. Yo sostengo lo mismo. Así que tampoco me leeré el libro”. Una crítica nacida de la ignorancia es peligrosa, lo puede ser a largo plazo, aunque en la red no haya cortapisas y casi todo esté permitido. Fuera del terreno de internet, compruebo desolado que esta manía afecta a mucha gente. A veces sostengo largas discusiones con algunos de mis amigos. Por ejemplo, yo digo que tal filme merece la pena, porque lo he visto y me gustó, y uno de ellos me lo rebate, me lo discute, ataca al reparto o al director. Finalmente, suelo preguntar: “Pero, oye, a propósito, ¿has visto la película?” Y me responde, invariablemente: “Bueno, aún no. Lo cierto es que no la he visto. Pero me huelo que no me va a gustar”. Ah, no la ha visto. Acabáramos. Y pienso: “No hay más preguntas, señoría”. Y, fuera del ámbito de mis amistades, me ha ocurrido a mí con mis libros y algunos miembros de mi familia. A veces he preguntado a algún pariente: “Pero, ¿leíste mi libro?” Y responde: “No, ni pienso hacerlo. Sospecho que no me va a gustar”.