En “Zodiac”, el último y extraordinario filme de David Fincher, hay tres o cuatro secuencias que ponen los pelos de punta, a pesar de que la película está principalmente construida sobre las investigaciones de dos reporteros y de dos policías, un poco a la manera de la inolvidable “Todos los hombres del presidente”. Fincher ha unido dos géneros, el criminal y el periodístico, para ofrecer una obra única. En esas secuencias vemos al asesino del Zodiaco cometer sus crímenes. En la primera de ellas, antes de los créditos iniciales, una pareja aparca su coche en el claro de un bosque, para proseguir su cita nocturna. Es evidente: habrá sexo. Entonces irrumpe un vehículo que les deslumbra con sus faros. Al volante, un solitario. No saben si es un acosador o un perturbado. Lo que no hace la pareja es salir pitando. La secuencia, a mí, me trajo un par de desagradables recuerdos nocturnos, de antaño, en los bosques de Zamora, que prefiero no airear aquí. Baste decir que nosotros sí salimos pitando. En dos ocasiones.
Si la primera me remitió a mis años de adolescencia, otra de las secuencias me ha arrojado de bruces a la infancia. Se la cuento. Y no se preocupen, que no desvelo nada: el asesino del Zodiaco existió y se ha escrito ya mucho sobre él (y lo han reflejado en varias cintas, como “Bullit” o “Harry el Sucio”). La secuencia es ésta: una pareja de jóvenes está echada a la orilla de un lago. Es de día. En el paraje reina ese silencio que precede a las tragedias. La chica ve a un hombre caminando hacia ellos. Va embozado y sujeta una pistola. Al cinto lleva un enorme cuchillo y un par de rollos de cuerda. Tras apuntarlos, les pide las llaves del coche, les ata las manos a la espalda y después los asesina. Todo este pasaje me ha recordado la época en que yo acababa de cumplir diez años. Entonces (a partir de aquí, reduzco la mayoría de los nombres a iniciales), M. M. Q., alias “El Quintas”, sorprendió a una pareja en la Isla de las Pallas, en el entorno de Los Tres Árboles de mi ciudad. Los mató; luego lo detuvieron e ingresó en prisión. Tras ver “Zodiac”, que recrea un crimen tan brutal y parecido, decidí buscar algunos datos que me refrescaran la memoria. En “Asesinos”, el Diccionario Espasa de Francisco Pérez Abellán y Francisco Pérez Caballero, aquel señor tiene el dudoso mérito de aparecer reseñado. Pero la ficha contiene algún error: el doble homicidio lo cometió en enero del ochenta y tres, y no en abril, como cuentan en el manual. Copio aquí el “Relato de los hechos” de “Asesinos”, y sustituyo los nombres por iniciales para no despertar antiguos fantasmas: “La pareja contemplaba los patos desde la orilla del río Duero cuando fue sorprendida por M. Los dos jóvenes zamoranos se quedaron paralizados al verse apuntados por la escopeta repetidora del asaltante y no opusieron resistencia alguna. Incluso el muchacho se aprestó a entregar las 1.100 pesetas que llevaba encima. El agresor les ordenó que se arrojaran al suelo y les ató las manos con una cuerda de plástico. Acabó con ellos de uno en uno. Primero empujó a A. al río y la golpeó con un palo hasta que se ahogó. Acto seguido se dirigió hacia M. y lo estranguló con una bufanda”. Yo recuerdo otro dato: al chico lo enterró en la ribera.
Las víctimas tenían dieciocho y diecinueve años. “Zodiac” me ha hecho recordar ese año. Aún era un crío y la sensación de horror y angustia que se apoderó de una ciudad tranquila como Zamora penetró en todos los rincones. Viví mucho tiempo con miedo. Miedo a frecuentar bosques, a caminar solo por ahí, a ir a la orilla del río. Quienes son más jóvenes que yo, por fortuna no vivieron esa pesadilla, o no la recuerdan. Aquí he tratado de contársela, a grandes rasgos.