domingo, diciembre 03, 2006

Modas culturales (La Opinión)

Cuando alguien es premiado y pasa a ser más famoso de lo que era, todo dios (me refiero a las empresas, no a los particulares) quiere sacar tajada. A nadie, en el fondo, le importa la cultura. Lo que importa es cómo hacer números con ella, de qué forma sacar partido y asegurarse las ganancias. Sí, lo sé, cada empresa debe hacer cuanto esté en su mano para obtener beneficios, pero hay casos que le repatean a uno. Vamos a poner ejemplos de los últimos días para que sepan a qué me refiero.
Empecemos por Antonio Gamoneda, poeta que apenas he leído y del que, sin embargo, uno de mis amigos poetas me habla siempre muy bien. De pronto, Gamoneda, que él mismo se considera el poeta de su barrio, obtiene el Premio Cervantes. Y la maquinaria empresarial se activa de manera casi terrorífica. En las páginas webs de las grandes librerías pasa de ser un olvidado a ser el poeta cuyos libros ocupan la portada de esas mismas webs. Te meten por los ojos que acaba de recibir un premio y que ellos tienen sus libros: algo que, por otra parte, dudo, ya que he comprobado hasta la saciedad que una cosa son los libros que están registrados en el archivo informático y otra los libros que, de verdad, guardan en las tiendas; los propios libreros te dicen que no cuentan con los títulos que pediste, que están descatalogados, a pesar de tenerlos registrados y con opción de compra on line. En cualquier zona en la que pinches con el puntero del ratón, dentro de la página, verás un anuncio con el nombre del galardonado (Gamoneda, en este caso). En los diarios digitales, la mañana del viernes no paraba uno de topar con titulares al respecto, encuestas y foros de opinión para los lectores. Con internet esta tendencia se ha agilizado tanto que da asco. El tipo que esta mañana era el centro de las páginas, de las noticias, pasa en un segundo a desaparecer, y su lugar es ocupado por una nueva estrella mediática. Vivimos tiempos de prisas, de consumo masivo y urgente. O miren el caso de la última de James Bond, que ayer comentábamos aquí. Una cadena de televisión, que siempre está a la que salta, no se conforma con programar las películas del agente secreto que hacía años no ponían, dándonos la tabarra con sus anuncios, sin advertir quizá que el público no quiere ver a James Bond, sino “el último James Bond”. Sucedió lo mismo con “Piratas del Caribe” y ese ciclo que programaron, supuestamente de piratas, en el que echaban cualquier filme de barcos. No conformes con eso, también rastrean la filmografía del actor que interpreta al último Bond, al que nunca habían hecho caso; y son capaces de rescatar malas películas y telefilmes porque creen saciar así la avidez del público. Ignoro si eso funciona, claro. Desconozco si la jugada trae beneficios. Tenemos el caso de Bruce Lee, a quien cuatro locos aún venerábamos desde la infancia: no sé si he contado que tengo todas sus películas, que a veces visto una camiseta con su imagen y que de niño compré cualquier revista o libro en que él apareciera. Pues bien: ha bastado un único anuncio (magnífico, eso sí) para que al personal le dé ahora por Bruce Lee. Está de moda.
La maquinaria nos mete por los ojos lo que le da la gana y nosotros tragamos. Y eso no es malo, en el fondo, porque nada hay de perjudicial en volverse a ver las películas sobre James Bond y de Bruce Lee, ni en leer a Gamoneda, ni en rescatar obras que quizá permanecían olvidadas. El problema es que se trata de una cuestión de un día. Con las nuevas tecnologías, el tío que está hoy de moda estará pasado de moda mañana mismo. Nos estamos convirtiendo en comida rápida. Usar y tirar. Gastar y comprar. Consumir y olvidar. Eso es lo lamentable.