Fisgando por la sección de libros en inglés de una pequeña librería, encuentro esto: “The First Forty Nine Stories”, de Ernest Hemingway. Cuarenta relatos del viejo maestro que escribía de pie y se fue al otro barrio con un tiro de escopeta. Sus primeras cuarenta historias. Una joya. Pero en inglés. Le doy unas cuantas vueltas en mis manos, saboreo el índice, miro y remiro la portada (las portadas norteamericanas suelen ser más valientes y originales que las españolas). El precio no está mal. Sin embargo, lo dejo en su estante. Sé que esta vez no me arrepentiré. El problema es el inglés. Una carencia de muchos de mis compañeros de aula. Nos enseñaron inglés en el colegio, en el instituto, incluso en la universidad, y no sabemos lo bastante como para hablarlo por ahí con soltura. Sólo quienes estuvieron un tiempo en Inglaterra regresaron con dominio del idioma. Así que dejo el libro. Mientras, me pregunto por qué resulta tan difícil encontrar hoy los cuentos de Hemingway en castellano. Alguna editorial debería reeditarlos. Pueden encontrarse, sí, sus antiguas antologías de relatos. Es preciso escarbar un poco en las librerías de viejo y acaban saliendo. Pero se trata de tomos antiguos, o de segunda mano, o muy caros para el bolsillo de uno. Igual que hace poco pude comprar los cuentos de Francis Scott Fitzgerald, confío en que suceda lo mismo con el autor de “Los asesinos”, uno de sus cuentos más celebrados. Como la literatura tiene sus modas y sus caprichos, hay épocas en las que se ha considerado a Hemingway un tipo menor dentro de la literatura. Confieso que, de aquel trío de ases con tendencia al alcoholismo y a vivir la vida sobre el filo de la navaja, a saber, Faulkner, Hemingway y Fitzgerald, he leído más libros del primero. “El ruido y la furia”, “¡Absalón, Absalón!”, “Santuario”, “Mientras agonizo”. Vuelve a estar de moda Faulkner, a juzgar por la reedición de sus obras en Alfaguara. A Hemingway, otra editorial lo está rescatando en bolsillo. Ahora bien, ¿cuándo verán la luz sus cuentos?
Tampoco conocemos en castellano la narrativa breve de otro grande, John Fante, de quien es obligatorio leerse su novela “La hermandad de la uva” y la saga de Arturo Bandini. Unas semanas atrás estuve a punto de encargarles a unos amigos, que viajaron a Nueva York, una antología de los cuentos de Fante. No supe hallar por la red alguna librería donde lo tuvieran y, además, les cayera de paso (teniendo en cuenta los lugares céntricos por los que habían planeado moverse), y luego lo pensé bien. ¿De verdad iba a leerlo entero? ¿En inglés? Lo dudo. Una vez conseguí los cuentos no publicados de mi admirado Salinger en un archivo pirata. Se trata de relatos que sólo vieron la luz en revistas de Estados Unidos. Los imprimí. Pero no he dado el paso, que es intentar traducirlos. Me falla el inglés. Meses atrás, conocimos a un tipo. Una mezcla rara: un norteamericano que había vivido un tiempo en Italia, y que ahora residía en Rusia, pero estaba de paso en España. Figúrense los idiomas que manejaba. Otro compañero de colegio y yo intentamos comunicarnos con él en inglés. Al final lo conseguimos, pero sólo a costa de sudar, de buscar las palabras en español y su traducción al inglés como si fuéramos mineros jóvenes en su primer día de trabajo. ¡Cuánto esfuerzo, cuánta humillación ante el hombre, que me miraba atónito!
Siento una rabia doble cuando veo esos libros americanos que me gustan y no han sido traducidos: rabia de no manejar el inglés como sería necesario y rabia porque nadie se haya preocupado de traducir esos textos en España. Rabia porque aprendí poco y me enseñaron menos; rabia por esa ausencia editorial.