El martes pasado encontraron el cadáver de una muchacha sin identificar, de entre veinte y veinticinco años, en el Parque Quinta de los Molinos de Madrid, según desvela la prensa. La policía está investigando el homicidio, ya que la hallaron con síntomas de haber sido golpeada en la cara y en la cabeza. Estaba vestida y no tenía documentación, pero sí dinero encima. Se supone, pues, que el móvil no es el robo y quizá tampoco el abuso sexual. Leemos en un periódico: “La joven estaba tendida boca arriba en un camino de tierra en una zona recóndita y apartada del parque y junto a una valla que lo separa de una obra de rehabilitación de un edificio”. Y, más abajo, el horario de apertura del recinto: desde las seis y media de la mañana hasta las diez de la noche. Sin embargo, cuentan que por las noches no es raro que la gente salte la valla y se cuele, lo cual no sorprende a nadie porque esta circunstancia no sólo se da en los parques cerrados al público por la noche, sino también en los cementerios. En las noticias añaden, acaso para que la gente que vive en la ciudad se ubique, que el parque está en el distrito de San Blas y que uno de sus accesos es el que queda junto a la parada de metro de Suances, o sea, en la larguísima calle de Alcalá.
Después de leer esto he hecho memoria, y he buscado por ahí información acerca de ese parque. En efecto: es el mismo que un día de hace meses tuve que utilizar como atajo, porque había quedado con alguien al otro lado del recinto. Lo atravesé, más o menos, a la hora de comer. Recuerdo mis impresiones, y por eso las traigo aquí a colación. Un sitio pacífico, sereno, sin ruidos, con abundante vegetación, fuentes, caminos de tierra, bancos en el paseo central, jardines, etcétera. Para que me entiendan quienes conocen Zamora: algo parecido al bosque de Valorio, pero muy bien cuidado. Mientras caminaba bajo la espesura, iba mirando en torno, con recelo. Había algún corredor solitario, parejas paseando al perro, ancianos sentados en los bancos. Poca gente, poco movimiento, en definitiva. En la prensa he leído que algunos inquilinos de los edificios próximos al parque aseguran que el sitio donde encontraron el cadáver de la chica es “una zona tranquila”. Precisamente por eso resulta más fácil que sucedan asuntos turbios. Quiero decir que, por ejemplo en el Retiro, a plena luz del día y con tanta gente deambulando por allí es más difícil que alguien mate a una persona a golpes (pero no es imposible). Una zona tranquila en una ciudad pequeña no suele traer problemas a los ciudadanos, salvo viejos y tristes casos que todos conocemos. Pero una zona tranquila en una ciudad grande y con tan alto índice de criminalidad, es un asunto distinto: trae calamidades. Recuerdo que la travesía por el parque se me hizo eterna. Hacia la mitad del recorrido tuve que apartarme de los paseos centrales y caminar por entre la hierba y los senderos. E iba pensando: “Aquí podría ocurrirme cualquier cosa y nadie se enteraría”. Me dio repeluzno, para que lo entiendan. Uno, metido en ese ambiente bucólico y sereno, y sabiendo lo que se cuece en la capital, no tiene temor a que le asalten yonquis o ladrones, sino a la aparición de algún psicópata.
Luego regresé por el mismo sitio, esta vez en compañía de alguien. Mirando hacia las zonas de arbustos y maleza, dije una frase que acostumbro a soltar en estas ocasiones: “No sería raro que descubriéramos un cadáver”. Mis amistades creen que suelo decirla en broma. Y no es cierto. La enuncio en tono de chacota para quitarle hierro al asunto, pero la digo totalmente en serio. Sólo es cuestión de azar o mala suerte que te toque encontrar un pastel caminando por un lugar así.