Aunque está catalogada como novela negra e incluso cumple algunos requisitos del género (narración en primera persona, predominio del diálogo, frases secas y cortantes, estilo directo, tipos duros, una mujer que encarga un caso), Maderos (The Guards) no es, en sentido estricto, una novela negra. Podríamos decir que va más allá: se escapa de las convenciones y acaba siendo una historia sobre un ex policía y detective en su paseo por los infiernos del alcoholismo, sus recaídas, sus lagunas, sus actos desesperados, sus rehabilitaciones y los problemas que se causa a sí mismo y a los demás. Hay un caso, sí, pero termina siendo secundario. Jack Taylor es un irlandés alcohólico y obsesionado con los libros, y su búsqueda guarda más relación con las tabernas irlandesas y las pintas de cerveza que con el mundo de corrupción que investiga: Te das cuenta de lo mal que estás cuando el dueño de un bar se alegra de que no bebas, dice en una ocasión. En suma, una obra interesante, amena y atípica. Copio uno de los más sabrosos diálogos del libro:
Como ya he dicho, mi padre trabajaba en los trenes. Le encantaban las novelas del Oeste. Siempre llevaba un maltrecho volumen de Zane Grey en su chaqueta. Luego empezó a pasármelas. Mi madre decía:
-Le vas a convertir en un mariquita.
Cuando ella no podía oírle, él susurraba:
-No hagas caso a tu madre. Tiene buena intención. Pero tú sigue leyendo.
-¿Por qué, papá?
No es que tuviera intención de dejarlo, ya estaba enganchado.
-Te dará opciones.
-¿Qué son opciones?
Aparecía en sus ojos una mirada ausente y entonces decía:
-Libertad, hijo.