Pasé cuatro días y medio en Sanabria. Alguna gente de Zamora (poca, no obstante) tiene una idea equivocada de lo que significa Sanabria. Quiero decir que, si uno dice que se va a pasar el fin de semana por allí, inmediatamente hay personas que evocan esto: dos playas atestadas de bañistas, bosques saturados de domingueros, pueblos invadidos de turistas y de guiris. Pero eso es sólo una parte minúscula, porque es obvio que un par de playas se saturan y que los domingueros son una plaga que cae en día de fiesta y que muchos turistas y guiris recorren las calles de los pueblos, pero uno debe saber buscarse la vida para no encontrarse a esos domingueros y turistas. Y no es difícil. Basta con averiguar por cuenta propia en qué recodos del Lago de Sanabria o del río Tera no suele haber gente. Basta con encontrar los rincones boscosos de acceso complicado, a donde no lleguen por vagancia las familias de domingo. Basta con aventurarse por los pueblos menos transitados o menos conocidos, y recorrerlos en las horas de la siesta, cuando nadie más los recorre, salvo los perros y los gatos con el sueño aún en la mirada.
Por otro lado, esa parte mínima o minúscula que tanto detestamos todos es esencial para la supervivencia de la comarca: es lo que da de comer a la gente que vive allí, lo que mantiene aún en pie los negocios, las casas rurales y las hospederías. Es necesaria. Es su combustible de verano. Por dicha razón no hay que ponerse enfermo con los domingueros, sino simplemente evitarlos, huir de ellos. El problema es que manchan mucho. Una tarde subimos a la Laguna de Peces y me topé, entre la maleza, con envoltorios de una merienda: bolsas, latas, plásticos de salchichas de Frankfurt. Como para partirles la cara a los responsables. A veces, en los alrededores del Tera, nos metíamos en el bosque (no en la parte de difícil acceso, sino al lado de los caminos), de paso, y encontrábamos réplicas de la Familia Telerín: padre, madre, hijos, la abuela, los primos, los nietos, la suegra, el tío, el copón bendito. Colocan veinte sillas plegables y una mesa gigante, se sientan alrededor y pasan la tarde del mismo modo que la pasarían en casa, con el televisor al fondo. Manchan demasiado y meten mucho ruido. Son un estorbo, y la única ventaja es que, con suerte, luego van a cenar a Puebla y se gastan los cuartos por allí. Creo sinceramente que la fauna de los bosques teme más a los domingueros que a los cazadores. Estos últimos les procuran una muerte rápida, pero los primeros les dan una muerte lenta y dolorosa: estropean el medio ambiente.
Para alguna gente, ya digo, muy poca, es lo que Sanabria significa. Para mí, sin embargo, y para otras personas, significa reposo, oxígeno, sosiego, aguas limpias como espejos, cielos exquisitos y puestas de sol inolvidables, valles y montañas verdes, villas recoletas y embrujadas de belleza, paisajes que nunca serán bien reflejados en una postal porque hay que sentirlos, contemplarlos y olerlos, noches heladas y muy claras. La comarca puede ser una aventura, o una excursión, o un tiempo de descanso, o un festivo con domingueros, o un espacio sin gente y sin ruidos, o un contacto espiritual y físico con la naturaleza. Puede ser lo que tú quieras o necesites. Depende de ti. Tú eliges. Nosotros elegimos caminar por entre las piedras del Tera, tender las toallas en grandes rocas casi inaccesibles, bañarnos en sitios poco transitados, meternos en los rápidos una y otra vez y salir de ellos con el cuerpo repleto de medallas (raspones, cortes, golpes). Compramos vituallas en Zamora, para ahorrar, y la carne y la panceta en Sanabria, en "Los Rochi". Cuatro días de paz. Depende de ti.