Escudriñando la prensa encuentro el siguiente titular: “El obispo de Ciudad Real compara a Zapatero con Calígula por impulsar el matrimonio gay”. A Zapatero se le ha llamado de todo: conspirador, Tejero, bobo solemne, Bambi. Ahora le toca el turno de ser Calígula, emperador romano que, además, era asesino, guarrete, desequilibrado, bisexual, incestuoso, tirano, amante de las orgías, megalómano y proxeneta, pues otro nombre no puede recibir quien obliga a las mujeres de sus senadores a prostituirse. A Zapatero se le pueden reprochar algunas cosas, no lo negaremos. Pero la comparación se ha salido de madre. Es un obispo quien ha dicho esto y quien compara una figura enferma y emblemática con el actual presidente del Gobierno. Calígula, por cierto, llegó a declarar que él era un dios. Si alguien de fuera de este país lee ese titular y las declaraciones del obispo que lo acompañan creerá que España es lugar donde celebramos a diario orgías urbanas, donde todos hacemos el trenecito y donde todas las mujeres hacen la calle por orden del presidente. Quizá al obispo de Ciudad Real se le haya olvidado que hay una notable diferencia entre aprobar una ley en democracia e imponer un mandato. Algo de sospechoso vemos en el titular: la entrevista se publicó ayer, martes, y el domingo emitieron en Antena Tres, y en sesión nocturna, el soporífero “Calígula” del erotómano Tinto Brass. Esperamos que haya sido una coincidencia desafortunada, y que no se le ocurriera la comparación tras ver el bodrio de marras, que, si cinematográficamente es un poco churro, sin embargo es afortunado en el muestrario de carne desnuda. No seremos malpensados.
El mismo día, ayer, encontré en Escolar.net, un blog estupendo para ponerse al día con la actualidad, un enlace a esta noticia, que recoge la opinión de otro sacerdote: “Una hoja parroquial del Arzobispado de Valencia asegura que las víctimas de malos tratos provocan con su lengua”. El individuo en cuestión, un catedrático de Teología ya jubilado, dice, entre otras perlas propias de la España profunda y alcanforada: “Se quejaba una mujer en un periódico de la agresión que sufre la mitad de los humanos, o sea las mujeres, por parte de la otra mitad. Prueba de ello son las 63 mujeres muertas a manos de sus parejas en España en el año 2005. Sin negar que ello sea verdad, conviene hacer dos precisiones. Primera: nadie ha confesado qué hicieron las víctimas, que más de una vez provocan con su lengua. Queda además una 2ª observación: ¿No han tenido en cuenta que hubo en España, durante el mismo periodo, 85.000 abortos reconocidos?”. Una declaración peligrosa, y provocadora. Lo de mezclar la velocidad con el tocino, que parece que se le ha ocurrido a él solo (a tenor de las protestas de numerosos católicos que no están de acuerdo con sus declaraciones, y del propio Arzobispado de Valencia), me recuerda a esa pintada que hay en los muros de una vieja casa rural de la provincia de Zamora, junto a la carretera, y que reza, en el colmo del despropósito: “No al divorcio. Sí a la vida”. El director de la publicación ha declarado: “La intención principal del autor era poner de relevancia la monstruosidad de las cifras del aborto en cuya calificación estamos todos de acuerdo”.
Ahora que los sacerdotes levantan las pancartas y se ofuscan porque se aprueba el matrimonio entre homosexuales, y colocan encima de la mesa frases descabelladas, estaría bien que pusieran las pilas a todos los curas pederastas, de quienes se habla poco y se protesta menos. Sé que son casos aislados, pero entre unos y otros están borrando la imagen entrañable que conservo de los curas de mi infancia.