Desde hace unos días estoy de los nervios. Es culpa de mi banda favorita, The Rolling Stones. En el segundo puesto de mi altar, si es que a alguien le interesa (y lo dudo), están The Beatles, y, en el tercero, The Doors. Si los líderes de estos dos últimos grupos no hubieran muerto tan jóvenes quizá mis preferencias hubieran cambiado: posiblemente ahora tendrían una discografía más abundante. Lo que más me gusta de Sus Satánicas Majestades no es sólo la voz de Mick Jagger, sino también el punto canalla de todo el equipo. Son los chicos malos, qué duda cabe.
Pero comentaba que estos días estoy de los nervios porque los Stones anunciaron, dentro de su gira para el próximo año, tres conciertos en España. A saber: en Barcelona, Madrid y Valladolid. Vivo pendiente de la venta de entradas, y es muy posible que, a pesar de ese escrutinio de páginas oficiales de la banda, de páginas de fans, de foros y periódicos, de noticias frescas por correo electrónico (lo que en la jerga se llama “newsletter”), a pesar de ese seguimiento, no logre mi entrada. Alguien me ha contado que los tickets para el directo de U2 se agotaron en cuatro horas. Con el grupo de Jagger y Richards, unos abuelos encantadores con mecha para rato, supongo que sucederá lo mismo. Y no se me cuece el arroz. Hay, además, mucha desinformación en torno a las entradas. En algunas páginas de la red pueden reservarse, pero el precio es tan elevado que se me antoja un auténtico atraco. Aún así, y aunque los precios varíen dependiendo de cada ciudad y de cada país europeo, no será barata. Me he perdido tantas ocasiones de verlos tocar en directo en España que ya me duele. Y hay ocasiones que no debemos dejar pasar. Recuerdo cuando Nirvana dio los últimos conciertos en España. Un tipo al que conozco me dijo, entonces, que iban a ir unos cuantos amigos en autobús, de Zamora a Madrid. Me preguntó si me apuntaba. Le respondí: “No, ya los veré en otra ocasión”. Y no la hubo. Kurt Cobain, como tantas otras estrellas del rock quemadas, optó por ingerir una dosis de plomo, convirtiéndose en leyenda. No saben cuánto me arrepiento de no haber ido.
Pero comentaba que estos días estoy de los nervios porque los Stones anunciaron, dentro de su gira para el próximo año, tres conciertos en España. A saber: en Barcelona, Madrid y Valladolid. Vivo pendiente de la venta de entradas, y es muy posible que, a pesar de ese escrutinio de páginas oficiales de la banda, de páginas de fans, de foros y periódicos, de noticias frescas por correo electrónico (lo que en la jerga se llama “newsletter”), a pesar de ese seguimiento, no logre mi entrada. Alguien me ha contado que los tickets para el directo de U2 se agotaron en cuatro horas. Con el grupo de Jagger y Richards, unos abuelos encantadores con mecha para rato, supongo que sucederá lo mismo. Y no se me cuece el arroz. Hay, además, mucha desinformación en torno a las entradas. En algunas páginas de la red pueden reservarse, pero el precio es tan elevado que se me antoja un auténtico atraco. Aún así, y aunque los precios varíen dependiendo de cada ciudad y de cada país europeo, no será barata. Me he perdido tantas ocasiones de verlos tocar en directo en España que ya me duele. Y hay ocasiones que no debemos dejar pasar. Recuerdo cuando Nirvana dio los últimos conciertos en España. Un tipo al que conozco me dijo, entonces, que iban a ir unos cuantos amigos en autobús, de Zamora a Madrid. Me preguntó si me apuntaba. Le respondí: “No, ya los veré en otra ocasión”. Y no la hubo. Kurt Cobain, como tantas otras estrellas del rock quemadas, optó por ingerir una dosis de plomo, convirtiéndose en leyenda. No saben cuánto me arrepiento de no haber ido.
En Valladolid será más asequible el precio de la entrada. Intentaré verlos en Madrid, que me cae a mano. Y, hablando de Valladolid, me parecen “curiosos” los esfuerzos de la Junta de Castilla y León, que ha luchado con todos sus barcos para conseguir que los Stones toquen allí. Por si no lo saben, el concierto de aquella ciudad está subvencionado por la Junta. Con un millón de euros. Qué raro, ¿no? Lo de siempre: la Junta barriendo para Valladolid. Leí en un periódico las declaraciones de la Consejera de Cultura y Turismo, Silvia Clemente. Dice que el concierto, el catorce de agosto, logrará que Castilla y León obtenga mucha proyección internacional. Proyección para Valladolid, diría yo, que no la necesita. O, rectifico, lo necesita menos que el resto de provincias de la comunidad. Las primeras protestas empiezan a llegar: miembros de las Juventudes Socialistas de León han pedido a la Junta que flete autobuses gratuitos para que los leoneses puedan acudir a Valladolid, como compensación a otra de estas decisiones que favorecen a aquella ciudad “en detrimento del resto de las provincias”. También por eso estoy de los nervios. No digo que desde la Junta hubieran tratado de conseguir el concierto para mi tierra: me conformaría con cualquier otra ciudad de Castilla y León que no fuese Valladolid. Tampoco tengo nada en contra de esta provincia, pero las decisiones centralistas crispan los nervios. No obstante, aquí o allá, sólo sueño con ver a The Rolling Stones.