En una ocasión alguien me dijo que, cada vez que regresaba a su ciudad natal durante una temporada, aquello le recordaba a "Beautiful girls", un filme de culto de los noventa dirigido por Ted Demme, quien falleciera hace unos años (murió de un ataque al corazón mientras jugaba un partido de baloncesto, y se rumorea que había esnifado cocaína antes de entrar en la cancha). "Beautiful girls" comienza con un pianista que regresa a su pueblo, uno de esos pequeños pueblos norteamericanos en los que siempre hay nieve sucia en las aceras y policías desconfiados que charlan con los vecinos. Dicho pianista, interpretado por Timothy Hutton, vuelve para una reunión de antiguos alumnos, y realiza el viaje metido en una crisis sentimental y artística. En alguna parte citan esta obra con la siguiente frase publicitaria: "Una visión de la vida de cinco amigos de la infancia en una ciudad pequeña donde nada cambia". Una ciudad pequeña donde nada cambia (pero, en el fondo, esencial para recordar el pasado y para enfrentarse a los dilemas vitales). Creo que fue por esa razón por la que, a aquel tipo, lo de volver a su tierra le recordaba a "Beautiful girls": que apenas nada cambia, salvo el rostro poco a poco envejecido de las personas; que los bares habituales siguen en pie, y los amigos que uno dejó atrás continúan en sus puestos; que las costumbres de antaño son idénticas y el tiempo no parece transcurrir. Se establece una lucha, entonces, entre el pasado y el futuro, entre lo que uno fue y lo que será, mientras en el presente se afronta lo que uno es, y se decide si uno caminará hacia atrás o hacia delante. Casi todos los personajes de aquella película, tanto los que regresaban como los que nunca habían salido de su pequeño pueblo, estaban desorientados.
Estos días he comprobado, en cierta manera y en carne propia, que la vida no es muy diferente de cuanto relatan en "Beautiful girls". Pero también las circunstancias actuales me traen a la memoria no sólo este fabuloso título, sino también una novela extraordinaria de mi adorado John Fante: "La hermandad de la uva", de la que hablé hace tiempo en este rincón. En sus páginas (anteriormente se conocía en España, en otra traducción, como "La cofradía de la uva") se nos cuenta el regreso de un hombre, ya maduro, al pueblecito de su infancia, en California. Allí debe lidiar con la guerra que hay entre sus progenitores y hacer frente a los fantasmas del pasado, además de intentar someter a un padre descendiente de italianos, rebelde, alcoholizado y pendenciero, siempre paseando por el filo de la navaja. La novela sirve para describir las relaciones del protagonista con sus familiares, amigos y conocidos, pero su propuesta va más allá: una vez que uno pisa el suelo de su infancia el recuerdo se activa. Es, entonces, hora de echar cuentas, de revisar los actos que convirtieron a una persona en lo que es, de tomar decisiones. De averiguar quiénes somos.
Ambas obras, "Beautiful girls" y "La hermandad de la uva", se adentran en algo que no se dice, pero subyace en las situaciones que nos cuentan: que el regreso al sitio pequeño del que uno salió supone, también, un alivio. Un alivio temporal por escapar de los agobios de las grandes ciudades, un alivio temporal por la vuelta a los detalles y a lo íntimo, a las cosas que importan, al territorio extraño e indómito en el que conectan el pasado y el futuro, en esa línea borrosa en la que no estamos muy seguros de nuestra identidad. Es curioso el modo en que a algunas personas nos funciona la mente: siempre nos obsesionamos con las conexiones ocultas entre la vida y la literatura, entre la literatura y el cine, entre el cine y la vida? Feliz año.