Se comenta que, en la capital del reino, van a perseguir a los compradores del top manta, ya saben: ese muestrario de discos piratas que los africanos ponen encima de una manta, o de un paño, antes de salir corriendo tras la aparición de los agentes en una esquina. A quienes adquieran estos discos la policía secreta podrá, si los pilla con las manos en la masa, tomarles nota del carnet de identidad, arrebatarles la copia recién comprada y ficharlos, por si en adelante los llaman a declarar contra los vendedores de la manta (que casi nunca es manta, sino paño). El Ayuntamiento de Madrid reconoce que el cliente del mercado pirata no incumple ninguna ley. Pero, no obstante, se quiere dedicar a perseguirlo. Lo mismo sucederá en Barcelona. Se han inventado este acoso como remedio a la piratería, para que desciendan las ventas. O sea.
Respecto a la prostitución de esquina parece que la medida es similar: una cruzada contra el cliente, para avergonzarlo y pararle los pies. En Barcelona también habrá acoso del mendigo, como si no tuviera ya bastante con dormir a la intemperie, pasarlas canutas y tocar canciones desafinadas con el sonido de sus tripas hambrientas. Hay algo en todo esto que se me escapa. ¿Por qué, en vez de perseguir al comprador de discos y películas piratas, y al esclavizado negro que trabaja para las mafias, no se persigue a los mafiosos, o se lucha para que baje el precio de los discos en el mercado? ¿Por qué, antes de multar al cliente de la fulana que hace esquina, no se actúa entre los proxenetas, los chulos de medio pelo, los gángsters que rigen la vida de las meretrices? ¿Por qué no acorralan a los políticos que mangonean, y a los responsables de que haya tanto vagabundo durmiendo en la calle, y a quienes mueven entre países las grandes partidas de droga? ¿Por qué esa obsesión con los adolescentes que participan en los botellones, y no con los hosteleros que venden a precio de oro ese veneno de garrafón, colado en tantos pubs de madrugada? ¿Por qué no se insiste en desbaratar a las tabacaleras, pero sí al fumador? Porque es menos peligroso, más fácil, menos violento, más cómodo, menos comprometido darle la tabarra al putero, al cliente del top manta, al mendigo inofensivo, al negro sin posesiones, al fumador de tabaco, al camello de la esquina, a la prostituta que trabaja en solitario y sin chulo.
Respecto a la prostitución de esquina parece que la medida es similar: una cruzada contra el cliente, para avergonzarlo y pararle los pies. En Barcelona también habrá acoso del mendigo, como si no tuviera ya bastante con dormir a la intemperie, pasarlas canutas y tocar canciones desafinadas con el sonido de sus tripas hambrientas. Hay algo en todo esto que se me escapa. ¿Por qué, en vez de perseguir al comprador de discos y películas piratas, y al esclavizado negro que trabaja para las mafias, no se persigue a los mafiosos, o se lucha para que baje el precio de los discos en el mercado? ¿Por qué, antes de multar al cliente de la fulana que hace esquina, no se actúa entre los proxenetas, los chulos de medio pelo, los gángsters que rigen la vida de las meretrices? ¿Por qué no acorralan a los políticos que mangonean, y a los responsables de que haya tanto vagabundo durmiendo en la calle, y a quienes mueven entre países las grandes partidas de droga? ¿Por qué esa obsesión con los adolescentes que participan en los botellones, y no con los hosteleros que venden a precio de oro ese veneno de garrafón, colado en tantos pubs de madrugada? ¿Por qué no se insiste en desbaratar a las tabacaleras, pero sí al fumador? Porque es menos peligroso, más fácil, menos violento, más cómodo, menos comprometido darle la tabarra al putero, al cliente del top manta, al mendigo inofensivo, al negro sin posesiones, al fumador de tabaco, al camello de la esquina, a la prostituta que trabaja en solitario y sin chulo.
En Barcelona, por otra parte, podrán multar al cliente del top manta con la misma receta que al vendedor. Lo curioso es que no parece que vayan a sancionar a nadie relacionado con otras piraterías: y me refiero a esos puestos en los que comercian con las falsificaciones de colonias, perfumes, desodorantes, ropa de marca, etcétera. El presidente de los Estados Unidos dijo una vez, si no me equivoco, que la manera más rotunda de extinguir los incendios de sus bosques era talar los árboles. Es decir: acabar con la rabia matando al perro rabioso. Algo parecido empieza a ocurrir aquí: disminuyamos la piratería cazando al comprador, y la mendicidad y el paro poniéndoles multas al mendigo y al parado, y las borracherías de fin de semana vigilando al adolescente que se va de botellón, y el vicio del tabaco prohibiendo al fumador ponerse un pitillo en los labios en numerosos lugares. Acaso piensen que, con esas medidas, los poderosos y las mafias que controlan los mercados (tanto los mercados legales como los ilegales) verán disminuidos sus beneficios y caerán en la bancarrota. Grave error, a mi juicio: siempre habrá otros mercados, otras vetas donde buscar, otras mercancías con las que ejercer el tráfico, otras influencias y mangoneos.