Vaya por delante que no tengo nada en contra de los consumidores de rayas, pero me repatea esperar a la puerta de los servicios de los pubs de madrugada, agobiado por las ganas de orinar, mientras dentro se preparan un par de tiros. En Madrid no me ha ocurrido porque, de momento, salgo poco de bares. En Zamora, a partir de las cuatro de la mañana, en algunos garitos aguarda uno en la puerta de los servicios de caballeros sin que le dejen entrar hasta que no se hayan llenado un par de napias. La razón es simple: las rayas de speed o de cocaína se preparan mejor sobre el lavabo, ayudándose de la tarjeta de crédito o el carnet de identidad y algún billete enroscado; hacerlo junto al váter, supongo, es una guarrería o lo parece. A esas horas los consumidores están tan ciegos que acaso piensan que uno no se da cuenta, pero los ve salir en pareja y con los ojos enrojecidos, guardándose el billete en la cartera, con alguna mota de polvo blanco entre la nariz y el labio superior. Hay algunos que hasta se han olvidado el dni junto a los grifos. Por mí como si se introducen un palo por las fosas nasales. Me revientan, sin embargo, las largas esperas, el dolor en la vejiga de aguantar las ganas de orinar, el aire de superioridad culpable con la que salen por fin los consumidores y observan de refilón la cola que se ha formado por su culpa.
Este problema es más grave de lo que creen algunos. España figura, en la actualidad, como el primer país del mundo en consumo de cocaína. Podríamos decir que los tabiques nasales del país se están pudriendo si no fuese porque es una metáfora demasiado facilona. Como todos estamos muy preocupados por cuanto sucede en el exterior, no parece que esta noticia haya aturdido a mucha gente. Resulta fascinante que un país pequeño sea el lugar donde más coca se consume, superando incluso a Estados Unidos, que creíamos la fuente de todos los males y los vicios.
Sin embargo, lo hemos dicho demasiadas veces: lo de meterse rayas no preocupa tanto como, por ejemplo, los botellones o la ingesta de copas en la puerta de los bares o el tabaco en los garitos. Los botellones molestan a los hosteleros y a los vecinos de la zona donde se celebran. La ingesta de copas en la puerta de los bares perjudica a quienes viven en los edificios contiguos. El tabaco en los garitos enoja a quienes copian los modelos de otros países. La práctica de la raya o el consumo de pastillas no molesta a nadie: el asunto es inoloro, silencioso y en los bares no hay competencia porque no venden droga en la barra. No molesta a los vecinos, ni a los hosteleros, ni a los guardianes de lo correcto. Sólo nos irrita a unos cuantos cuando nos orinamos en el pub de madrugada y no hay forma de lograr que se metan esa farlopa en la calle. Enfada al pueblo que unos cuantos chavales se reúnan y tomen sus copas en la zona de botellón o en los bares, enfada que el personal fume en los garitos, pero a nadie le importa que tanta gente joven se infle a rayas en los servicios de los pubs y las discotecas, que son los lugares habituales para ponerse ciego. Luego, a la mayoría, se les identifica rápido: son esos que se mueven y caminan y bailan como si les hubieran metido una descarga eléctrica por el ano. Hace años, en la lista de las más vendidas en España, estaba la heroína. El lugar se lo ha arrebatado la cocaína; también, si no me equivoco, las pastillas de diseño. Según Antonio Escohotado, hubo un momento en que la cocaína fue adquiriendo “connotaciones de droga selecta y a la moda, para triunfadores o aspirantes a dicho estatuto”. Hoy te dicen que meterse una raya es guay. Somos líderes mundiales en consumo de cocaína. Felicidades a los premiados.