Me temo que lo mío ya no es pasión por los libros, sino que estoy esclavizado por la literatura como si fuera una droga. Entro en una librería, a ver cómo está el panorama, y en la cabeza me ronda algún título que llevarme. Media hora después salgo con dos o tres libros bajo el brazo. A menudo trato de sacar fuerza de voluntad, de retarme a mí mismo: Entrarás ahí, en esa librería, y sólo mirarás las mesas de novedades y algún anaquel que otro de los libros que ya no son novedad. Y no comprarás nada. Por supuesto, pierdo la apuesta. Agradezco que la literatura sea un vicio sano, que lo único a lo que puede afectarme es a la cartera. Lo que tienen los vicios es que corres el riesgo de que te acaben gustando. La otra noche unos amigos me ofrecieron probar un canuto de marihuana. Les dije que no: nunca lo había probado y nunca lo haría. ¿Por qué?, me preguntaron. Es sólo una calada, añadió uno. Respondí: porque temo que me pueda gustar y me vicie. Bastante tengo con gastarme los cuartos en libros y películas, como para meterme en más berenjenales. No, oiga, no.
Para colmo, y siguiendo con la literatura, este otoño hay avalancha de novedades apetecibles. No recuerdo otro septiembre en el que haya querido comprar y leer tantos libros nuevos. No doy abasto. “La conjura contra América”, de Philip Roth, eterno candidato al Premio Nobel de Literatura, novela que ya he leído, y que plantea lo que hubiera ocurrido en Estados Unidos si hubiese ganado las elecciones presidenciales del año cuarenta un candidato pronazi. “Perro callejero”, que anuncian como uno de los libros más extraños y experimentales de Martin Amis. “Esto parece el paraíso”, de John Cheever, ese mago de los cuentos: por fin traducida esta novela corta en España. Y el primer libro de relatos del vanguardista Dave Eggers, “Guardianes de la intimidad”, autor de la estupenda novela autobiográfica “Una historia conmovedora, asombrosa y genial”. Eggers, responsable de la revista literaria McSweeney’s, es el compilador de otros dos libros recién aparecidos en nuestro país: “Lo mejor de McSweeney’s”, que reúne cuentos de autores norteamericanos. O “Proyecto X”, de Jim Shepard, un libro sobre los conflictos y la violencia entre estudiantes, en la línea de los sucesos de Columbine, aquella matanza perpetrada por dos chavales armados hasta los dientes. Estos libros actualmente están el mercado. En lo sucesivo irán apareciendo otros títulos jugosos: “Hombre lento”, de J. M. Coetzee; “Shalimar, el payaso”, de Salman Rushdie; “Las intermitencias de la muerte”, de otro Nobel, José Saramago; “Días memorables”, del autor de “Las horas”, Michael Cunningham; “Olvido”: relatos de David Foster Wallace. Pero, sobre todo, aguardo con impaciencia la aparición de dos novelas relacionadas con el once de septiembre: “Sábado”, de Ian McEwan; y “Tan fuerte, tan cerca”, de Jonathan Safran Foer, un niño prodigio de las letras cuya anterior novela, “Todo está iluminado”, me fascinó. Demasiado para el bolsillo.
Relacionada con la literatura encuentro esta noticia: el Gobierno ha firmado un convenio para que escritores y especialistas fomenten la lectura entre los presos de las cárceles españolas. Me parece una iniciativa notable. Muchos grandes escritores se han forjado tras los barrotes; allí encontraron la inspiración: en la miseria moral y en la búsqueda de libertad. Numerosos presos han encontrado consuelo y libertad imaginativa en los libros leídos en prisión. Eso no es nuevo. En presidio no sólo hay asesinos, ladrones, camellos, estafadores, perturbados y violadores. También hay buenos poetas y escritores. Pero, en el principio, está la lectura.