Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ése era todo su patrimonio.
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Philippe permaneció un momento pensativo; después volvió al ataque:
-Pero tú no hablas de los abusos, de los horribles e intolerables abusos del poder gobernante que hoy nos tiranizan.
-Donde haya poder, siempre habrá abusos.
-No si la posesión del poder depende de una administración justa.
-La posesión del poder es el poder mismo. No podemos dictar nuestro deseo a quienes lo sustentan.
-El pueblo sí podrá. Cuando tenga el poder.
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André-Louis encontró ridículo a aquel hombre. Sabía que la presunción no es más que la máscara de la debilidad y de la mediocridad. Y ante él tenía a la presunción en carne y hueso. Eso era lo que él veía en la arrogancia de la cabeza, en el ceño fruncido, en la inflexión de su voz engolada.
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“Es mucho mejor –escribe André-Louis en alguna página– ser malo que ser estúpido. La mayoría de las miserias de este pícaro mundo no son fruto de la maldad, como nos enseñan los curas, sino de la estupidez”.
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-Lo que un hombre se ha atrevido a hacer, debe atreverse a confesarlo, a menos que sea un cobarde.
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-Tenéis un extraño sentido del humor, señor Moreau.
-¡Oh, sí, lo admito! Lo inesperado siempre me ha parecido cómico. Desde que nos conocemos, he descubierto en vos muchas cosas. Y lo que esta noche he descubierto es lo único que no podía esperarme: un hombre sincero.
[Debate. Traducción de Manuel Pereira]