domingo, enero 19, 2020

La actualidad innombrable, de Roberto Calasso



La obsesión recurrente que recorrió el siglo XX fue la del control social. Devenida entidad soberana y emancipada de cualquier vínculo, la sociedad recibía el encargo de controlar y plasmar su propia esencia. […] Fueron múltiples las modalidades de control, principalmente reconducibles a dos preceptos observados en la Oceanía de Orwell: "Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado".
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No fue la última modalidad del control. A comienzos del nuevo milenio, cuando se estabilizó el imperio digital, se hizo evidente que control significa ante todo control de los datos. La situación se invirtió. Esos datos no eran ya extraídos a la fuerza de lo alto, sino que eran espontáneamente ofrecidos desde lo bajo, por innumerables individuos. Eran la misma materia sobre la que ejercer el control.

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La traducción de hacker por "pirata informático" es imprecisa y equívoca, porque ignora el aspecto de operación sobre la forma inherente al término inglés. Hacker es quien corta, pega y –eventualmente– desarma, recompone, fragmenta una forma. Sin esta acción sobre la forma no hay hacking, en tanto que la piratería es un puro acto de agresión y sustracción. 

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La llaga abierta de la democracia es la posibilidad de que, por vías legales, alcance el poder quien se propone abolir la democracia misma, como sucedió con Hitler en enero de 1933. Llaga irremediable y noble, porque la democracia se muestra allí como un ser viviente que esconde en sí el germen de la autodestrucción. En el caso de que se pretenda curar la llaga con una terapia traumática, generalmente con un golpe de Estado, se abre una vía que acaba por revelarse como la premisa de los futuros desastres.

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Caminar por la calle en una ciudad desconocida, dejarse llevar, vagar hacia lo que atrae en cada momento. Ya son costumbres obsoletas, a las que pocos se atienen. Viajar, ahora, significa tener un objetivo; el sexo es más claro, netamente circunscrito y pragmático. Por eso vale como modelo para quien se atiene a la verdadera novedad del turismo del nuevo milenio: el turismo para hacer el bien, también conocido como "volunteer travel".

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Un gran trastorno psíquico, que nadie será capaz de circunscribir, ha sido provocado –y sigue siéndolo– por la confluencia entre lo digital y lo digitable. El saber asume la forma de una enciclopedia única, en permanente y proliferante expansión, en una línea de principio digitable. Enciclopedia que yuxtapone informaciones impecablemente verídicas e informaciones infundadas, igualmente accesibles y bajo el mismo plano. Lo que es digitable pertenece a lo que es familiar, por eso puede tratarse con afectuoso descuido. El saber pierde prestigio y aparece como constituido por voces errantes, incontrolables, ruidosas

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Existe además otro aspecto, no menos desestabilizador, de la disponibilidad informática. Todos poseen hoy la capacidad de producir, sin ninguna conexión, palabras e imágenes, virtualmente divulgables por todo el mundo, para un público ilimitado. Cosa que basta para suscitar un difundido delirio de omnipotencia, pero no ya como fenómeno clínico. Al contrario, como enriquecimiento de la normalidad. La metonimia ha pasado a formar parte del sentido común.

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A un siglo exacto de distancia hemos pasado del dadaísmo al dataísmo, de Dadá al Big Data.

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Las verdaderas sugerencias esotéricas aparecen en las conclusiones y son agudas: "En el pasado, la censura ha operado bloqueando el flujo de la información. En el siglo XXI, la censura opera sumergiendo a la gente en informaciones irrelevantes" [Yuval N. Harari]. Teorema del que se deduce un corolario: "Tener poder, hoy, significa saber qué es lo que debe ser ignorado" [Yuval N. Harari]. Es una glosa a un nuevo Maquiavelo, y como tal debe tomarse en serio.

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30 de enero de 1933. Klaus Mann parte de Berlín por la mañana temprano, "como impulsado por un mal presentimiento". Calles vacías, ciudad dormida. "Iba a ser mi última mirada a Berlín, la despedida". Parada en Leipzig. En la estación aparece su amigo Erich Ebermayer. Pálido, nervioso. "¿Qué pasa?", le pregunté. Pareció sorprendido. "¿Cómo? ¿No lo sabes? El viejo lo ha nombrado hace una hora". "¿El viejo?... ¿Ha nombrado a quién?" "A Hitler. Es canciller". 

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7 de junio de 1939. En la posdata de una carta a Margarete Steffin, Benjamin escribe: "PS: Karl Kraus ha muerto demasiado pronto. Escucha esto: la Sociedad Vienesa del Gas ha suspendido el servicio de gas a los judíos. El consumo de gas por parte de la población judía comportaba pérdidas a la Sociedad del Gas, porque, a pesar de ser los mayores consumidores, no pagaban la factura. Los judíos utilizaban el gas principalmente con el objeto de cometer suicidio".


[Anagrama. Traducción de Edgardo Dobry]