martes, octubre 22, 2019

Vida metropolitana / Breve manual de urbanidad, de Fran Lebowitz



De Vida metropolitana:

No soy una persona insensible. Creo que todo el mundo debería tener ropa de invierno suficiente, alimentación adecuada y un techo digno. Creo, sin embargo, que, de no ser que se porten de una manera aceptable, deberían quedarse en casa bien arropaditos y bien comidos.

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No existe quizá, para aquellos a quienes afecta, momento de la vida tan desagradable, tan antipático, tan categóricamente insoportable como la adolescencia. Y por mucho que su trato resulte una experiencia poco grata para prácticamente todos cuantos se relacionen con él, nadie sufre una conmoción mayor que el propio quinceañero. Tras doce buenos años de halagos ininterrumpidos, no se halla en absoluto preparado para hacer frente a las duras consecuencias que una inadecuada apariencia personal entraña.

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La democracia es un concepto interesante, e incluso laudable, que, comparado con el del comunismo, que es demasiado soso, o con el del fascismo, que es demasiado inquietante, se presenta sin duda como la forma de gobierno más apetecible. Esto no quiere decir que no tenga también sus inconvenientes: el principal radica en esa deplorable tendencia a hacer creer a la gente que todos los hombres han sido creados iguales. Y, aunque a la gran mayoría le basta con echar una mirada a su alrededor para comprobar que difícilmente se da el caso, aún son muchos los que siguen convencidos de ello.


[Tusquets Editores. Traducción de Alberto Cardín]


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De Breve manual de urbanidad:

En otras palabras, todo el mundo habla de las personas, pero nadie hace nada por ellas.

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Ahora bien, la naturaleza, no puedo por menos que reconocerlo, tiene sus entusiastas, pero en términos generales no me busquéis entre ellos. Para decirlo con franqueza, no me cuento entre aquellos que quieren volver a la tierra; me cuento entre aquellos que quieren volver al hotel. Tal estado de espíritu se debe, por lo menos en parte, al hecho de que la naturaleza y yo tenemos muy poco en común. No vamos a los mismos restaurantes, no nos hacen reír los mismos chistes, ni, lo que es más importante, vemos a las mismas personas.

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-Mira, el año pasado gané cuatro mil dólares con las cosas que escribí –dije–. Este año me han ofrecido dos sumas de seis cifras por cosas que no he escrito. Está claro que he planteado mi carrera de forma equivocada. Resulta que no escribir, no sólo es divertido, sino enormemente rentable. Llama a ese tipo del cine y dile que tengo varios libros no escritos. Tal vez tantos como veinte.
Encendí otro cigarrillo y, después de toser un rato, acepté la realidad.
-Bueno, pongamos diez, en cualquier caso. Juguemos fuerte.  


[Tusquets Editores. Traducción de José Luis Guarner]