domingo, septiembre 29, 2019

La tierra de la lluvia escasa, de Mary Austin



Al este de las sierras, al sur del Panaming y Amargosa, incontables millas al este y sur, se encuentra el País de las Fronteras Perdidas.
Los indios ute, paiute, mojave y shoshoni habitan sus límites, tan adentro en el corazón de esta tierra como el hombre ha osado penetrar. Es la tierra y no la ley la que marca las fronteras. Desierto es el nombre que lleva sobre el mapa, pero los indios tienen un nombre mejor. Desierto es un término impreciso para indicar tierra que no ayuda al hombre; si la tierra puede morderse y romperse para tal fin no está probado. Nunca está vacía de vida, por seco que sea el aire y ruin el suelo.

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Allí donde la suerte llama cuando el campamento elige a un hombre-medicina, ahí descansa. Es un honor que un hombre rara vez busca, pero que debe acatar, un honor con una condición. Cuando tres pacientes mueren bajo su asistencia, el hombre-medicina debe ceder su vida y su oficio.
Las heridas no cuentan; los huesos rotos y los agujeros de bala los indios los entienden, pero el sarampión, la neumonía y la viruela son brujería.

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El origen de los ríos montañosos es como el origen de las lágrimas, evidente para el entendimiento, pero misterioso para el juicio. No paran nunca, pero uno rara vez los atrapa en el acto. Aquí en el valle no cesan las aguas incluso en la estación en la que la miserable escarcha les deja poco espacio para correr.


[Volcano Libros. Traducción de Eva Gallud]