Abandonar mi cuerpo ocurrió de repente, en cuanto vi mi propia sangre en mi mano. La visión de la sangre me sobrecogió. No había sentido ningún corte, tan sólo el frío metal en la garganta, mientras el hombre me arrastraba por el escenario, pero no sabía que la había usado hasta que, minutos más tarde, me pasé la mano por el cuello. Estaba pegajoso.
Me miré la mano y descubrí una mancha roja.
El terror me sacudió de golpe, se deslizó por el pecho y llegó hasta el estómago. Sentí cómo el veneno se iba propagando de dentro afuera, por las extremidades y, luego, subía hasta la garganta. Actuaba por fases rápidas: shock, después pánico y, al final, parálisis.
Para cuando recobré la conciencia, estaba observándome desde arriba, en lo alto del teatro, por entre las cuerdas y las luces. Desde aquella posición privilegiada veía cómo el hombre me violaba.
Lo contemplaba con una insólita distancia. Era como si lo que estaba sucediendo en el escenario le pasase a otra persona. Estaba viendo un thriller hollywoodiense y habíamos llegado a la escena de violación de marras. Eran actores; yo, el público.
La mujer en el escenario alzaba la vista hacia el hombre. Se movía a cámara lenta.
-Chúpamela –volvió a decir–. Tengo que correrme.
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Necesitaba darle un sentido a mi violación. Doy sentido a las cosas a través de la escritura. Cuando era crítica de cine, descubría lo que pensaba sobre una película a lo largo del proceso de escritura. Con el paso de los años, eso fue lo que intenté con la violación. Escribía sobre ella, y sobre todo lo que conllevó, en una serie de diarios que abandonaba y retomaba y que todavía conservo. Empecé y abandoné una novela sobre ello, pero esto era diferente.
Esperaba que escribir acerca de David Francis expulsase el miedo, aunque también quería más. Quería que ese suceso arbitrario de la violación tuviese sentido. Quería hacer lo que el ser humano ha hecho durante miles de años, contar historias que nos ayuden a entender quiénes somos y qué acontecimientos de nuestras vidas nos han ido conformando. La manera de hacerlo, eso creía, era la que mejor conocía: como reportera.
[Errata Naturae. Traducción de Alba Ballesta]