De cuantos ensayos he leído sobre el tema de las caminatas, probablemente éste sea mi favorito. El que más me ha llenado y del que más citas he ido copiando. David Le Breton se sirve de una bibliografía exhaustiva y muy provechosa, cuyos títulos se indican al final (algo que no se hace, por desgracia, en otros libros del tema) y va enlazando fragmentos de esas obras y anécdotas de otros viajeros y escritores célebres para componer un análisis magistral del acto de caminar. Caminar por el campo y por los bosques. Caminar por las ciudades y por los pueblos. Viajar descubriendo mundo como si los exploradores también fueran "caminantes de horizontes". Un libro de una belleza sin igual, para irlo degustando despacio, a ser posible mientras se viaja a otras zonas y se camina por las ciudades, como hice yo en los días de verano en que lo leí. Otra de esas perlas que debería haber leído hace tiempo, y de la que os dejo varios extractos:
Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
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Caminar, incluso si se trata de un modesto paseo, pone en suspenso temporalmente las preocupaciones que abruman la existencia apresurada e inquieta de nuestras sociedades contemporáneas. Nos devuelve la sensación del yo, a la emoción de las cosas, restableciendo una escala de valores que las rutinas colectivas tienden a recortar.
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Al principio del viaje hay un sueño, un proyecto, una intención. Unos nombres que excitan la imaginación; una llamada al camino, al bosque, al desierto; la intención de evadirse de lo ordinario para una escapada de unas cuantas horas o de unos cuantos años.
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La comida, aunque poca, nunca sabe tan bien como en el momento del alto en el camino, que sigue al esfuerzo continuado durante horas. Caminar transfigura los momentos normales de la existencia, los reinventa con nuevas formas.
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Caminar es una biblioteca sin fin que escribe, en cada ocasión, la novela de las cosas habituales en el camino y nos enfrenta a la memoria de los lugares, a las conmemoraciones colectivas señaladas por placas, ruinas o monumentos. Caminar es una travesía por los paisajes y las palabras.
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El caminante es un hombre del intersticio y del intervalo, de lo que está entre las cosas, pues al tomar las rutas secundarias se sitúa en la ambivalencia de estar a la vez dentro y fuera, aquí y allí.
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El caminante crea el camino a la medida de su cuerpo, de su aliento; no le debe nada a nadie, ni para dormir, ni para comer, ni para avanzar a lo largo de su camino –elige a sus acompañantes y cuando le place se refugia en su soledad–.
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Caminamos también para escribir, contar, capturar imágenes en palabras, mecernos a nosotros mismos en dulces ilusiones, acumular recuerdos y proyectos.
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Cada habitante de la ciudad tiene sus espacios, sus recorridos predilectos, forjados al hilo de sus actividades, que coge de manera unívoca o que varía según su humor, el tiempo que haga, sus ganas de darse prisa o de vagabundear, las compras que tenga que hacer por el camino, etc. Alrededor de cada urbanita se dibuja una miríada de caminos vinculados a su experiencia cotidiana de la ciudad: el barrio donde trabaja, el de sus quehaceres administrativos, el de las bibliotecas que frecuenta, donde viven sus amigos, los que conoció en su infancia o en diferentes periodos de su vida. Tiene también sus zonas de sombra, los lugares a los que nunca va porque no se asocian con ninguna actividad ni con ningún estímulo, a no ser que pase por ellos en coche alguna vez pero sin la curiosidad suficiente para detenerse, o los lugares que, por lo que sea, le dan miedo.
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El flâneur camina por la ciudad como lo haría por un bosque: dispuesto al descubrimiento.
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La persona que camina por la ciudad se baña en una sonoridad que a menudo se vive como algo extremadamente desagradable. El ruido es un sonido de valor negativo, una agresión contra el silencio o simplemente contra toda pretensión de moderar el estruendo.
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Caminar fabrica lentamente el sentido que permitirá reencontrar la evidencia del mundo; a menudo se camina para reencontrar un centro de gravedad, perdido al haber sido alejado de uno mismo. El camino recorrido es un laberinto que provoca el descorazonamiento y el cansancio; pero su salida, radicalmente interior, es a veces un reencuentro con el sentido y con el gozo de saber que hemos invertido, a nuestro favor, todas las dificultades con las que nos hemos cruzado. Muchas rutas son travesías del sufrimiento, que nos acercan lentamente a la reconciliación con el mundo.
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En la trama del camino, hay que intentar reencontrar el hilo de la vida.
[Ediciones Siruela. Traducción de Hugo Castignani]