lunes, julio 24, 2017

Cuando Kafka vino hacia mí…, de Varios Autores. Edición de Hans-Gerd Koch


Este volumen, que consiste en una serie de testimonios de numerosas personas que conocieron y trataron a Franz Kafka, logra que nos acerquemos más al gran escritor, descubriendo detalles y perspectivas que uno desconocía, pero a la vez esa multiplicidad de voces y de miradas consiguen que el enigma sea aún mayor; es decir, Kafka fue un hombre enigmático hasta lo imposible, y leyendo a quienes hablan de él en clase o en el trabajo o viéndolo enfermo o en su condición de autor humilde que oculta sus méritos, obtenemos un perfil más agudo pero más repleto de interrogantes, si cabe la contradicción. La polifonía de testimonios es irregular (algunos, como nos dice el editor, inventaban ciertos datos o tenían mala memoria) y fascinante al mismo tiempo. Hay pasajes deliciosos y aquí dejamos 3 ejemplos, indicando al final su procedencia:

Yo entonces aún era joven, casi una niña, y cuando Kafka me entregó aquel libro con letras especialmente grandes, añadió:
-Mírelo. Parece un silabario. Se trata, por lo tanto, de un libro para niños.
Ése fue el comentario de Kafka acerca de una obra que inició una nueva época en la literatura europea. Aquel modesto juicio sobre su propia obra era un rasgo característico de la personalidad de este autor. Cuando le preguntaban por su ocupación, nunca contestaba diciendo que era escritor, sino que trabajaba para una compañía de seguros. Sus superiores apreciaban sus informes oficiales, por supuesto, sin darse cuenta de la singularidad de su estilo.

[Gertrude Urdizil, del texto "Carmen con Kafka"]

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Kafka estaba sentado en el escenario delante del atril. Como una sombra, los cabellos oscuros, pálido, una figura que no acertaba a desterrar su apuro ante la propia aparición en público. Así leyó, inclinado sobre el atril, un fragmento en prosa inédito: "En la colonia penitenciaria".
Cómo hablaba, lo he olvidado. Con las primeras palabras pareció extenderse por la sala un desabrido olor a sangre, y un regusto extrañamente insípido e impreciso se me instaló en los labios. Su voz podía sonar a disculpa, pero sus imágenes penetraron en mí como un cuchillo afilado. No sólo se describía una máquina de torturar y una tortura con las palabras de éxtasis reprimido del torturador y ejecutor. El propio oyente era arrastrado a esos martirios del infierno, también él yacía como víctima en el basculante lecho de tortura, y cada nueva palabra, como otro pinchazo, rasguñaba en su espalda el lento suplicio.

[Max Pulver, del texto "Paseo con Franz Kafka"]

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Al despedirnos antes de su partida al sanatorio del Tatra, le dije:
-Se recuperará usted y volverá curado. El futuro lo arreglará todo. Todo va a cambiar.
Kafka, sonriendo, puso el dedo índice de su mano derecha sobre su pecho.
-El futuro ya está aquí, dentro de mí. El cambio sólo significa que las heridas ocultas se vuelven visibles.
Yo me impacienté.
-Si no cree en la recuperación, ¿por qué se marcha entonces al sanatorio?
Kafka se inclinó sobre la superficie de la mesa.
-Todo acusado se esfuerza por obtener un aplazamiento de la sentencia.

[Gustav Janouch, del texto "Conversaciones con Kafka"]


[Acantilado. Traducción de Berta Vias Mahou]