Así pues, lo que hizo él fue ponerlo todo, todas las necesidades y herramientas de todos los usuarios, en un solo recipiente, y así es como inventó TruYou: una sola cuenta, una sola identidad, una sola contraseña y un solo sistema de pago por persona. Se acabaron las demás contraseñas y las identidades múltiples. Tus aparatos sabían quién eras, y tu única identidad –el TruYou, el "yo verdadero", imposible de deformar o enmascarar– era la persona que pagaba, se inscribía, respondía, hacía de espectador y reseñaba, veía y era vista.
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Se había acabado la era de las identidades falsas, de los robos de identidad, de los nombres múltiples de usuarios, de las contraseñas y los sistemas de pago complicados. Cada vez que querías ver algo, comentar sobre algo o comprar algo, había un solo botón, una sola cuenta, todo bien ligado y fácil de rastrear y simple, todo operable por medio del teléfono móvil o el ordenador portátil, la tablet o el retinal.
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Dan se giró para mirar las colinas que se elevaban al este, cubiertas de mohair y de zonas verdes.
-[…] Con la tecnología que hay disponible, la comunicación nunca debería estar en tela de juicio. Entenderse nunca debería ser inalcanzable ni complicado. A eso nos dedicamos aquí. Se puede decir que es la misión de esta empresa, o por lo menos mi obsesión. La comunicación. El entenderse. La claridad.
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Pero Mercer era un tipo sin éxito. Un tipo sin éxito que se las apañaba para llevarlo con arrogancia.
-Pero es que no es verdad, Mae. No es verdad. Yo sé que tengo éxito si vendo lámparas. Si la gente me las encarga y yo las fabrico y ellos me las pagan. Si tienen algo que decir después, me pueden llamar o escribirme. O sea, todas esas cosas en las que tú trabajas no son más que cotilleos. Es gente hablando de otra gente a sus espaldas. Eso es la gran mayoría de las redes sociales, las reseñas, los comentarios y tal. Vuestras herramientas han elevado los cotilleos, los rumores y las conjeturas al nivel de la comunicación válida de masas, y además, es para putos pringaos.
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Mercer siguió erre que erre.
-Ahora las estrellas de cine le suplican a la gente que sigan sus cuentas de Zing. Mandan mensajes suplicantes pidiéndole a todo el mundo que les sonría. ¡Y hostia puta, las listas de correo! Todo el mundo manda correo basura. ¿Sabes en qué pierdo una hora todos los días? Pues en pensar maneras de cancelar la suscripción a listas de correo sin herir los sentimientos de nadie. Todo empieza a estar invadido de gente que no para de insistir en que les hagas caso. –Suspiró como si acabara de hacer unas declaraciones muy importantes–. El planeta ha cambiado mucho.
-Ha cambiado para bien –dijo Mae–. Es mejor en mil sentidos, y te puedo hacer una lista. Pero si no eres una persona social, no te puedo ayudar. O sea, tus necesidades sociales son tan mínimas.
-No es que no sea una persona social. Soy bastante social. Pero las herramientas que vosotros creáis lo que hacen es fabricar unas necesidades sociales antinaturalmente extremas. Nadie necesita el nivel de contacto que vosotros suministráis. No mejora nada. No es nutritivo. Son como aperitivos para picar. ¿Sabes cómo se diseñan esos aperitivos? Se determina científicamente cuánta sal y cuánta grasa necesitan incluir para que no pares de comer. No tienes hambre, no necesitas esa comida, no te beneficia en nada, pero no paras de comer esas calorías vacías. Eso es lo que vosotros estáis promocionando. Es lo mismo. Calorías vacías sin fin, pero en su equivalente digital-social. Y las diseñáis para que sean igualmente adictivas.
-Dios mío.
-¿Sabes cuando te terminas una bolsa de patatas fritas y te das asco? Porque sabes que no has hecho nada bueno para ti mismo. Pues después de pasarte horas en el mundo digital tienes la misma sensación, y lo sabes. Te sientes desperdiciado y vacío y degradado.
-Yo nunca me siento degradada.
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Bailey le dedicó una sonrisa desmesurada.
-Pues mira, no es verdad. Lo único que nos mete en líos son las mentiras. Las cosas que escondemos. Pues claro que yo ya sabía que habías estado aquí. ¡Ten un poco de fe en mí! Pero me producía curiosidad que me lo estuvieras escondiendo. Me hacía sentirme alejado de ti. Un secreto entre dos amigos, Mae, es un océano. Es ancho y profundo y nos perdemos en él. Y ahora que conozco tu secreto, ¿te sientes mejor o peor?
-Mejor.
-¿Aliviada?
-Sí, aliviada.
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-Dije que los secretos son mentiras.
-Los secretos son mentiras. Es muy memorable. ¿Puedes explicarnos lo que te llevó a usar esa expresión, Mae?
-Bueno, cuando algo se guarda en secreto, pasan dos cosas. La primera es que se pueden cometer delitos. Cuando no tenemos que rendir cuentas a nadie nos comportamos peor. No hace falta ni decirlo. Y la segunda es que los secretos provocan especulaciones. Cuando no sabemos lo que nos están ocultando, hacemos conjeturas y nos inventamos respuestas.
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El sufrimiento solo era sufrimiento si tenía lugar en silencio y en soledad. El dolor experimentado en público, a la vista de millones de personas llenas de cariño, ya no era dolor. Era comunión.
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Era el no saber lo que constituía la semilla de la locura, de la soledad, de la sospecha y del miedo.
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-Pero ¿quién quiere que lo observen todo el tiempo?
-Pues yo. Yo quiero que me vean. Quiero alguna prueba de que he existido.
-Mae…
-La mayoría de la gente quiere. La mayoría de la gente cambiaría todo lo que sabe y todo el mundo a quien conoce por el mero hecho de saber que han sido vistos y reconocidos y que tal vez incluso serán recordados. Todos sabemos que nos moriremos. Todos sabemos que el mundo es demasiado grande como para que seamos todos importantes. De manera que lo único que nos queda es la esperanza de que los demás nos vean, o nos oigan, aunque sea un momento.
[Random House. Traducción de Javier Calvo]