lunes, septiembre 26, 2016

Cine e imaginarios sociales, de Gérard Imbert (Parte I)


Este ensayo me ha acompañado durante, no sé, quizá un par de años (o tal vez más). Incluso he utilizado algunas citas para mi libro Ansiedad, y algunos puntos de vista de Gérard Imbert sobre varias películas me han impactado mucho. Me ha acompañado durante tanto tiempo porque, además de constar de unas 760 páginas, hay tantos datos y tantas teorías y se citan tantos filmes que lo he ido leyendo poco a poco. De vez en cuando lo tomaba, leía algún "capítulo" y lo dejaba reposar. La teoría de Gérard Imbert consiste en demostrar cómo los imaginarios cinematográficos han ido cambiando y mutando en los últimos años, con cineastas obsesionados por el impacto de la violencia, el abandono del tabú de la muerte, la importancia del cuerpo "como realidad primeriza", las derivas urbanas, el horror como algo irrepresentable, las nuevas exploraciones sobre la identidad y los límites de la sociedad.

Con ayuda de sus extensos conocimientos y acudiendo a postulados de filósofos y ensayistas de prestigio, Imbert nos ofrece un marco representativo del período de cambio del cine en la postmodernidad. Por un lado a mí me ha hecho recrearme en numerosas de las películas que amo, y en filmes denostados que yo defendía (a menudo solo ante el peligro porque cuentan con la animadversión de muchos cinéfilos y algunos espectadores) y que el autor defiende para mi satisfacción. Por otro, me ha hecho descubrir títulos menos conocidos o poco difundidos o no estrenados de la producción cinematográfica de varios países. El único punto en que nunca estaremos de acuerdo es su aversión a la filmografía de Quentin Tarantino, que a mí me parece mayúscula, de lo mejorcito de la historia. En lo demás, creo que coincidimos en todo o casi todo.

Gérard Imbert, por poner algunos ejemplos, cita y analiza y comenta películas de David Lynch, Gus Van Sant, Mary Harron, Paul Haggis, Alejandro G. Iñárritu, Takashi Miike, Kelly Reichardt, Michael Haneke, Jane Campion, David Fincher, Agustí Villaronga, Steven Spielberg, Bong Joon-Ho, Christopher Nolan, Béla Tarr, Atom Egoyan, Michel Gondry, Emir Kusturica, José Luis Guerín, Claire Denis, Jeff Nichols, Olivier Assayas, Stanley Kubrick o Kathryn Bigelow, entre otros muchos. Éste es un libro que no deberían perderse quienes aman el cine de verdad y saben que el cineasta es alguien cuya obra siempre está en una fase continua de prueba y exploración.

He copiado tantos fragmentos que me da reparo ponerlos aquí. Y la extensión se me escapa de las manos. Por eso he dividido el post en 2 partes (el 2º lo pondré dentro de unos días). Que sirvan estos extractos para convencer a los lectores, para que se acerquen a este libro, lo lean y aprendan. Aquí va la primera tanda de pasajes: 

Todo film es una unidad narrativa pero también simbólica: un conjunto de representaciones cerradas que remite a una totalidad abierta (un entramado de representaciones colectivas portadoras de imaginarios).

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[Los personajes de Gus Van Sant] Son sujetos en tránsito, sin que se sepa de dónde proceden ni hacia dónde van, captados en este trance, on the road, en camino, para retomar el título de la novela de Jack Kerouac.

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Los espacios en los que se desenvuelven las tres películas son no lugares (Marc Augé): la carretera en Mi Idaho privado, las calles, la nocturnidad (y también la carretera) en Mala noche, un desierto sin definir en Gerry, lugares de tránsito todos, en los que el tiempo se diluye, los recorridos son azarosos e intermitentes (los dos personajes se pierden en Gerry, hasta no encontrar la salida de ese laberinto abierto, infinito, que es el desierto).
Los no lugares no son "territorios" en el sentido antropológico de la palabra –lugares que definen la identidad–, sino lugares vacíos, de la no identidad, en los que se mueven y, a veces, se pierden, literal y metafóricamente hablando, los personajes. Hay equivalencias entre vagabundeo y errancia existencial y se traduce físicamente.

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Cronenberg da forma, encarna –nunca mejor dicho– nuestras fantasías más secretas, las hace relato y nos deja sin respuesta, sin capacidad sensible de reaccionar (su mundo es deliberadamente distanciado, cerebral): es imaginario en estado puro, fragmentos de lo real bruto integrados en nuestra cotidianidad. 

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[De la película Prohibido amar]: "Son los que saben que van a morir quienes enseñan a vivir a los que se quedan".

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Mar Augé define los no lugares como espacios de transitoriedad que no tienen suficiente consistencia para ser considerados como lugares en el sentido antropológico (esto es, lugares identitarios, relacionales e históricos). Son lugares de paso, por los que transita el sujeto postmoderno, al que dedica cada vez más tiempo sin que deje huella, sin que esto lo marque en términos identitarios, espacios intercambiables como los transportes (metro, autopistas, aeropuertos), cadenas de hoteles, grandes centros comerciales, espacios públicos de las grandes ciudades, campos de refugiados e, incluso, podríamos añadir, espacios laborales donde el sujeto cumple sin comprometerse en exceso.
Vinculados con el medio urbano y la soledad que genera y que se ve incrementada por la expansión de las nuevas tecnologías, tienen las siguientes características:

-Son lugares de tránsito: del estar más que del ser,
-de interconexión: son interespaciales, transicionales,
-de temporalidad fragmentada o estancamiento del tiempo,
-del anonimato y, como tal,
-de suspensión de la identidad,
-espacios que no dan lugar al diálogo, ni siquiera a una mirada detenida.

En ellos el sujeto no tiene sentimiento de pertenencia: uno se deja llevar por el flujo (circulatorio, comunicativo), presta el cuerpo, ofrece una imagen. Son –dice Augé– "no lugares sin historia que afectan a nuestra representación del espacio, nuestra relación con la realidad y con el otro". Hay que recordar que non-lieu en francés es también algo que no ha lugar y, en el sentido jurídico, una absolución, con esta idea implícita de suspensión de los hechos.
La suspensión de las referencias espacio-temporales e identitarias que se produce en los no lugares puede desembocar en una sensación de vacío, pero también ser propicia a las fantasías, a la construcción de mundos "alternos" (más que alternativos en la medida en que son muchos imaginarios, de proyección fantasmática) o a estrategias de distracción, con la evasión de la realidad que permiten, como, por ejemplo, en los transportes, la lectura, el uso del ordenador o del mp3.
Como lugares de la no identidad (con los que el sujeto sólo se identifica momentáneamente), pueden generar incertidumbre, extrañeidad por ser espacios abiertos, no delimitados ni bien definidos en cuanto a su pertenencia social. Esta sensación se incrementa de noche –tiempo de suspensión de los códigos diurnos, en particular laborales–, sobre todo en las grandes urbes, y es propicia a todas las derivas.


[Ediciones Cátedra]