Durante mucho tiempo estuve enfadado. No quería hablar sobre Irak, así que no le decía a nadie que había estado allí. Si la gente lo sabía, si insistía, contaba mentiras.
"Había el cadáver de un moro –decía–, tendido bajo el sol. Llevaba allí días. Estaba hinchado de gases. Sus ojos eran dos cuencas. Y teníamos que retirarlo de la calle".
Entonces observaba a mi público y los evaluaba, a ver si querían que siguiera. Os sorprendería saber cuántos quieren.
"Eso es lo que hacía. Recoger restos. De las fuerzas estadounidenses, mayormente, pero a veces iraquís, incluso insurgentes".
Hay dos maneras de contar la historia. La manera divertida y la triste. A los tíos les gusta la divertida, con mucho gore y una sonrisa en los labios cuando llegas al final. A las chicas les gusta la triste, con la mirada perdida a mil metros en la lejanía mientras contemplas fijamente los horrores de la guerra, que ellos no pueden ver del todo. En ambos casos es la misma historia.
[Del relato "Cuerpos"]
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-¿Por qué le llaman "el Profesor"? –le pregunté.
-Porque era profesor –respondió quitándose las gafas y frotándolas, como para enfatizar sus palabras–, antes de que llegarais y destrozaseis este país.
Empezábamos con mal pie.
-¿Sabe? –le dije–, cuando empezó todo esto yo me opuse a la guerra…
-Habéis horneado Irak como si fuera un pastel y se lo habéis dado a Irán para que se lo coma.
Se sorbió la nariz, cruzó los brazos sobre la barriga y cerró los ojos. Yo fingí que algo en un lado de la carretera había captado mi atención. La mayoría de intérpretes nunca le dirían algo así a un norteamericano. Nos quedamos en silencio un rato.
-Istalquaal –dije al fin, en un intento de sacarlo de su mutismo–, ¿significa libertad, o liberación?
Entreabrió los ojos y me miró de reojo.
-¿Istalquaal? Istiqlal significa "independencia" –respondió–. Istalquaal no significa nada. Significa que los americanos no saben árabe.
[Del relato "El dinero como sistema armamentístico"]
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-Estoy cansado de contar historias de guerra –digo, no tanto a Jenks como al bar vacío que hay detrás de él.
Estamos en una mesa de la esquina, con vistas a la entrada.
Jenks se encoge de hombros y hace una mueca. Es difícil saber qué significa. Hay tanto tejido cicatrizal y piel arrugada ahí que nunca sé si está contento o triste o cabreado o qué. No tiene pelo, ni tampoco orejas, de modo que aunque han pasado tres años desde que le dieron, sigo sintiendo que su cabeza es algo que no debería mirar fijamente. Pero cuando hablas con un hombre hay que mirarlo a los ojos, así que con Jenks obligo a mis ojos a alinearse con los suyos.
[Del relato "Historias de guerra"]
[Random House. Traducción de Inga Pellisa]