Es extraño lo que ocurre con T. C. Boyle (algo que ya apuntó Joan Flores Constans en su blog): pese a su trayectoria, y a la cantidad de libros que se han traducido en España, es un autor que no acaba de cuajar, que no consigue su sitio entre los lectores. A mí, de hecho, me había ocurrido: en ocasiones he tenido algunas de sus obras en las manos y no me acababa de decidir. Eran muy tochos, parecían tediosos, no contaba con referencias de otros lectores amigos. Ahora que en Impedimenta han publicado una nueva edición de su primera novela, Música acuática, y que lectores entregados como Joan Flores o Javier Lucini lo recomiendan, es momento de empezar a leerlo (y también porque Enrique Redel suele tener un gusto exquisito). Y he empezado con el libro menos voluminoso de los que he visto: El pequeño salvaje, lo que llaman una nouvelle: tiene 120 páginas y lo sacó Impedimenta hace algunos años.
¿Qué me parece? Fascinante. Lejísimos de ser tedioso. Con un estilo narrativo que recuerda un poco a ciertos clásicos, pero dotado de su propio toque, de su modernidad. Dicen que Boyle suele ser muy humorístico (basta con ver El balneario de Battle Creek, película basada en un libro suyo), pero aquí ocurre todo lo contrario: no hay brizna de humor porque el asunto es bastante dramático. Muchos conocerán la historia (real) por la película de Francois Truffaut: el niño salvaje de Aveyron, que se crió solo en los bosques, y que, como Tarzán en la ficción, aprendió a sobrevivir y a alimentarse como si fuera un animal. Hasta que los hombres lograron capturarlo y le hicieron lo que siempre hace la sociedad: intentar domarlo, vestirlo y educarlo, enseñarle el lenguaje, los modales y otras fórmulas de cortesía y del buen vivir. Algo así como capturar a un gorila para que se vista de etiqueta y se codee con la alta sociedad. No os digo si el experimento educativo fracasó o tuvo éxito: prefiero que cada lector llegue a las últimas frases de la narración, algo que te deja cierto desaliento al leerlo.
Lo que hace Boyle es tomar un hecho real, para el que supongo que se habrá documentado hasta el hartazgo, y lo convierte en suyo: hay evidentes toques de ficción propios del narrador omnisciente. Y nos devuelve una historia breve, escrita con mucho oficio, con pasajes deliciosos. He comprado Drop City, que editó Mondadori, y también espero pillarme Música acuática. Un extracto:
Así que allí estaba, desnudo. El Salvaje en persona, el famoso Salvaje estaba desnudo en el árbol al que se había encaramado tras morder a una chica. Itard sintió el impulso de darse la vuelta. Dejad que se congele, pensó. No es más que un animal. Si eso es lo que quiere, dejad que se congele. Pero entonces sus ojos volvieron a posarse en la copa del árbol y, con repentina claridad, vio el rostro ausente del niño, el oscuro vacío de los ojos, sus pálidas extremidades, y por un instante fue capaz de salirse de su propio cuerpo para encarnarse en el del niño. ¿Cómo se habría sentido él si lo hubieran abandonado a esa edad? ¿Y si le hubieran rajado el cuello con un cuchillo y lo hubieran capturado y encerrado, sin otra defensa que la de clavarle los dientes a los más lentos y débiles de entre sus torturadores? ¿Cómo se sentiría al quedarse desnudo, indiferente al frío, encogido de miedo, temeroso y hambriento? Así que lenta pero muy decididamente, Itard se levantó y comenzó a trepar por las ramas.
[Impedimenta. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas]