Observé cómo aquellos hombres destruían sistemáticamente mi sendero personal. Y eran exactamente los mismos puercos que habían penetrado en mi ciénaga y asolado mi caverna hasta reducirla a cenizas. La misma canalla que había destrozado y aventado mis tesoros, todos los misterios que había amontonado, oscuras bolsas de maravillas acumuladas: antiguos caparazones, trémulos coleccionables emplumados, caja sobre caja de extraños y terribles secretos, huesos y picos quebradizos, ruidos atrapados, frágiles recompensas, aguas y glútenes, especímenes raspados tras toda una vida de existencia… todo lo que en algún momento había pensado, o hecho, o sido, estaba bajo tapa, tapón o cristal… todo lo que era yo… el esqueleto sobre el que colgaba mi pálida y pobre piel… desaparecido. Mi hogar, mierda, mis mismos huesos… desaparecidos. Pues en aquella violación arbitraria de mi ser, aquellos vándalos del alma se habían llevado consigo mi mismísimo pasado, mi historia… para dejar, en su lugar, una sombra. Un caparazón.
[Pre-Textos. Traducción de Javier Franco Aixela]