Si no me equivoco, hacía un montón de años que no leía a Kundera. La insoportable levedad del ser (uno de los pocos que leí entonces) fue un arma de doble filo: es su libro más famoso y más celebrado, pero al mismo tiempo es el libro en el que se ha quedado la gente. Después de aquella novela yo leí otras obras, no muchas, pero seguía atrapado en La insoportable levedad… Y es que hay autores que siempre quedarán marcados por un solo libro (y también cineastas, aunque menos).
No sé si La fiesta de la insignificancia es un paso adelante en su trayectoria o un paso atrás o más de lo mismo. Por lo que dicen, aquí Milan Kundera abandona su solemnidad y decide utilizar el humor, reírse de todo, decirnos que la vida es demasiado seria y que nos falta la risa, porque la risa nos da otra dimensión de las cosas, logra que afrontemos los problemas con menos amargura. A ratos no sabía muy bien qué nos estaba planteando Kundera con su teatro de marionetas por el que desfilan ángeles, chicas con ombligo al aire, amigos que mienten e incluso Stalin… Lo que sé es que me he divertido (no hasta el punto de llegar a la carcajada, como han señalado algunos críticos), que me ha parecido una especie de gamberrada con toques filosóficos, y que además me ha hecho copiar algunos extractos dignos del subrayado. Como, por ejemplo, éstos:
-El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio: los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas…
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-Sentirse o no sentirse culpable. Creo que todo radica en eso. La vida es una lucha de todos contra todos. Es sabido. Pero ¿cómo puede darse esa lucha en una sociedad más o menos civilizada? No deberíamos tirarnos unos contra otros a primera vista. En cambio, intentamos proyectar en los demás el oprobio de la culpabilidad. Vencerá el que consiga hacer que el otro se sienta culpable. Perderá el que confiese su culpa. Vas por la calle inmerso en tus pensamientos. Caminando hacia ti, viene una chica que, como si estuviera sola en el mundo, sin mirar a los lados, camina recto hacia delante. Chocáis. Éste es el momento de la verdad. ¿Quién insultará al otro, y quién pedirá perdón? Esa situación me sirve de ejemplo: en realidad, los dos son a la vez el embestido y el que embiste. No obstante, los hay que, inmediata y espontáneamente, se consideran los causantes del choque y, por tanto, culpables. Y los hay también que siempre se consideran, inmediata y espontáneamente, las víctimas del choque y, por tanto, en su derecho de acusar en el acto al otro y de hacer que lo castiguen. Tú, en esa situación, ¿pedirías perdón o acusarías?
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Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella.
[Tusquets Editores. Traducción de Beatriz de Moura]