El café Hafa es lo menos parecido a lo que cualquier occidental podría imaginar como un Café: lugar comúnmente cerrado (en ocasiones abierto a una lujosa terraza veraniega cuajada de parasoles e, incluso, expendedores de agua nebulizada para calmar los rigores de la temperatura estival) en que se sirve básicamente café y se conversa cómodamente anclado a incómodas sillas de madera labrada a la manera decimonónica. Imagina: el típico café vienés rememorado en películas, novelas, relatos de viajeros. ¿Ya lo has imaginado? Bien. Suprime totalmente de tu memoria esa imagen, desentiéndete de esa embaucadora representación romántica de café literario centroeuropeo.
El café Hafa se encuentra en el recodo prolongado y pedregoso de una calleja que has encontrado guiado por algún huraño marroquí que te ha conducido hasta ella desde algún puesto de golosinas de la Kasbah de Tánger, a unos 100 metros de su frontera enmurallada. Por el camino has dudado de la amabilidad del marroquí, e incluso has tanteado la posibilidad de indicarle que has cambiado de opinión y no quieres ir ya al Hafa, sobre todo cuando él ha abandonado la avenida principal y ha callejeado (en lo que has supuesto vueltas en círculo, sin principio ni fin) entre ruinosas viviendas ataviadas de un añil desteñido, sorteando montoncitos de basura sobre los que unos niños disfrazados de matones adultos han suspendido sus juegos a tu paso y te han lanzado piedras y risotadas. El marroquí que te guía también ha sonreído, y su gesto te ha recordado que estás en su terreno, a merced de sus desconocidos deseos. Pero un extraño brillo en sus dientes carcomidos te ha hecho afianzar tu intención, y sólo has preguntado "¿mucho lejos?" y él ha respondido "nada, nada". Se ha recogido el vuelo iracundo de la chilaba para dar tres nuevas zancadas, ha levantado el brazo derecho, adherido a la holgada manga de la sucia túnica, ha señalado al frente y ha dicho "Hafa". Al mirar en la dirección señalada has descubierto un muro encalado de un blanco sucio, con un orificio en el que se desmaya una puerta de forja pintarrajeada de azul, y unas letras árabes incomprensibles (lógicamente) garabateadas en negro, en lo alto del muro. Bajo éstas, otros caracteres (occidentales) que con infantil trazo claman CAFÉ HAFA FONDE 1921.
[Ediciones Carena]