Hace 12 horas
martes, diciembre 16, 2014
Tierra de Invierno, de Elías Gorostiaga
V
Después,
antes que el ganado,
caminaba un hombre oscuro con un cigarro muerto
y no esperó a las palabras.
Movió la cabeza para mí y yo le contesté.
Crujió la escarcha a su paso,
crujieron todas las escarchas a los pasos
y el frío entró detrás de mi cabeza
hasta ser tan intenso que era él quien me sujetaba,
quien me clavaba como las otras estacas
para crujir con ellas.
Era el frío el que después me bañó los ojos.
Era el frío el que me condenó
porque también él crecía dentro de las ventanas
y entre las grietas,
bajo las tejas espera,
crece sobre sí mismo,
sobre la aspereza seca de los almendros,
en las pezuñas de los perros,
en las estatuas que esperan hasta quinientos años
antes de desplomar una minúscula escama
que se pierde en los pliegues de las otras estaturas,
las que reposan en sombra a sus pies.
**
X
No existe el tiempo en la memoria de estas tierras.
Son las mañanas la única vida de los hombres,
los únicos trabajos, el único cansancio, la única fiebre.
Nada es posible esperar bajo las nubes grises,
bajo la bóveda cerrada y sin luna,
blanca y luna.
Ningún cantar recorre las estepas,
ni los motores las vegas adormecidas.
Los recuerdos muerden tanto como el fuego,
más que cualquier afilada mandíbula.
Hoy los campos amanecen más pálidos.
Para la primera luz una bolsa de sol blanca
y el cadáver de un paisaje agotado, abandonado,
que grita la desesperada canción de cuna,
luna y blanca y luna.
[Playa de Ákaba]