Compré este libro en cuanto supe que consistía en una selección de citas de James Joyce (labor extraordinaria del editor, Federico Sabatini, encargado de la criba y las elecciones) y no en un manual o guía para escribir. Las frases provienen de todas sus obras narrativas, de sus cartas y de un libro de conversaciones con Joyce. Así que no hay mucho más que decir. Como admiro a James Joyce por Ulises y por Dublineses, me lo he pasado en grande. Aquí van unas cuantas sentencias:
El artista parte de la riqueza de su propia vida para crear.
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Toda modalidad artística tiene sus limitaciones; un libro hay que juzgarlo por lo que logra dentro de sus límites.
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Lo que importa, sin embargo, no es lo que uno escribe, sino cómo escribe; a mi entender, el escritor moderno debe ser ante todo un aventurero y estar dispuesto a correr cualquier riesgo y a fracasar en su empeño si hace falta.
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El otro día estuve pensando en mi novela. ¿Cuánto tiempo llevo con ella? ¿Vale la pena seguir?
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Me propuse escribir un capítulo de la historia moral de mi país, y decidí situar la acción en Dublín, porque esta ciudad me parecía el centro de la parálisis. He tratado de mostrársela a los indiferentes lectores en cuatro momentos distintos: infancia, adolescencia, madurez y vida pública. Los relatos están dispuestos en ese orden.
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Quiero ofrecer de Dublín un retrato tan cabal que la ciudad pudiera, en el caso de desaparecer de repente, reconstruirse por completo a partir de mi libro.
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Al escribir Ulises trataba de reflejar con palabras el color y el sonido de Dublín: su aspecto gris y sin embargo reluciente, sus alucinadoras neblinas, su destartalado caos, el ambiente de sus bares, su estancamiento social. Estas cosas no se podían transmitir más que a través de la textura de las palabras. Las ideas y el argumento importan menos de lo que piensan algunos. Toda obra de arte tiene por finalidad comunicar emociones; el talento es el don que permite hacerlo.
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Reprochar a un escritor que su obra no esté concebida de manera razonable me parece una mala crítica, pues una obra de arte no tiene por objeto relacionarse con los hechos, sino comunicar una emoción.
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Lo que hace desdichada la vida de la mayoría de la gente es un sueño malogrado, un ideal irrealizable o mal concebido. De hecho, cabría decir que el idealismo es la perdición del hombre: si afrontáramos la realidad, como no les quedaba más remedio que hacer a los hombres primitivos, nos iría mejor.
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Mis dos primeros editores no me pagaron derechos, porque en ninguno de los dos casos se vendió el número necesario de ejemplares. En el caso del segundo editor, tuve que comprar 120 ejemplares de mi libro a precio de mayorista como condición para que se publicara.
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El escritor no debería escribir nunca sobre lo extraordinario. Eso es tarea del periodista.
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El propósito del escritor es describir la vida de su tiempo.
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Me molesta que me hagan callar. Y me gusta oír ruido a mi alrededor cuando estoy trabajando: el ruido de la vida.
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Según va cambiando la vida, el escritor tiene que ir cambiando su estilo para reflejarla.
[Alba Editorial. Traducción de Pablo Sauras]