viernes, agosto 29, 2014

La vida dura, de Flann O'Brien


No es que haya conocido a mi madre solo a medias. Conocí solo la mitad de ella, la mitad inferior: su falda, piernas, pies, sus manos y muñecas cuando se inclinaba hacia adelante. Creo recordar nebulosamente su voz. En aquel tiempo, naturalmente, yo era muy joven. Luego un día ella pareció desaparecer. Hasta donde yo recuerdo, se fue sin decir una sola palabra, ni adiós o buenas noches. Poco después le pregunté a mi hermano, cinco años mayor que yo, que dónde estaba la mamá.
-Se ha ido a una tierra mejor -dijo él.
-¿Regresará?
-No lo creo.
-¿Quieres decir que jamás volveremos a verla?
-Supongo que no. Se fue a vivir con el anciano.
En ese momento todo aquello me pareció vago y poco satisfactorio. Jamás llegué a conocer a mi padre pero a su debido tiempo pude ver y estudiar una descolorida fotografía color sepia: una severa figura enhiesta con gran mostacho y vestida de uniforme y con gorra de visera larga.
Nunca logré descubrir la razón de aquel uniforme. Podría haber sido un mariscal de campo o un almirante, o simplemente un oficial de turno del cuerpo de bomberos; en realidad, podría haber sido un cartero.


[Nórdica Libros. Traducción de Iury Lech]