Es éste uno de esos libros raros, breves (unas 100 páginas), que sólo se encuentran en unas pocas librerías. John Berger, tratando de hacer memoria sobre un tío suyo al que quería y apreciaba mucho, nos invita a una especie de paseo por los recuerdos, por Bolonia, por ese familiar ya fallecido y por algunas observaciones exquisitas sobre el entorno. Berger viaja a esa ciudad, se sienta en las plazas, se fija en las personas, observa los toldos de las ventanas, su mirada se detiene en lo inesperado. Luego quiere comprar un poco de la tela con la que se hacen los toldos, quizá porque los objetos también conjuran a los muertos. En cada página suele haber un párrafo corto; a veces, al autor le basta con una única frase. No sé por qué John Berger no es tan leído o celebrado como debería. A mí nunca me decepciona. Tres extractos:
Después de la cena en familia, que era siempre a una hora muy temprana, se subía a su cuarto a leer, con frecuencia hasta la madrugada. El cuarto era diminuto, apenas el doble de una cabina de coche-cama. Tenía una radio y una máquina de escribir, que utilizaba para escribir sus cartas y sus pensamientos. De niño y en la primera adolescencia, solía ir a darle las buenas noches, y muchas veces tenía la impresión de que, por lo menos, estábamos tres en el cuarto, en el cual había una única silla, de respaldo recto (yo siempre me sentaba en la cama cuando me quedaba a charlar con él). La tercera persona o bien era el autor del libro que estaba leyendo o uno de sus personajes favoritos. Fue en esa habitación abarrotada donde aprendí que las palabras impresas pueden conjurar una presencia física.
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La niña está tan contenta con el globo que cuando alza los ojos me la imagino escuchando unos acordes musicales. Bolonia es una ciudad inverosímil, como una ciudad por la que caminaras después de muerto.
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Todas las ventanas tienen toldos y todos son del mismo color. Rojo. Muchos están descoloridos, unos cuantos parecen recién puestos, pero todos son versiones viejas y nuevas del mismo color. Todos encajan perfectamente en el marco de la ventana, y su ángulo se puede ajustar según la cantidad de luz que se desea que entre. En italiano se llaman tende. Su rojo no es el de la arcilla, ni el de la terracota: es un rojo de tinte. Detrás de los toldos se ocultan cuerpos y los secretos de esos cuerpos, que de ese lado dejan de ser secretos.
[Abada Editores. Traducción de Pilar Vázquez]