Pocos libros me han provocado tantos sentimientos contradictorios como esta biografía. Me parece, al mismo tiempo, una obra imprescindible y a la vez despreciable. Pero me explicaré. Es evidente que J. D. Salinger siempre se negó a que otros escribieran su biografía. Pese a su oposición y a su lucha, se publicaron unas cuantas biografías cuando estaba vivo. La de David Shields y Shane Salerno va más allá, es más provocadora: es la bio que menos le hubiera gustado a Salinger porque incluye un montón de fotografías, de fragmentos de sus relatos inéditos (o sólo publicados en revistas), de cartas y de extractos de cartas (el propio Salinger logró, judicialmente, que en una de esas biografías no metieran párrafos de su correspondencia). Y además contiene secretos, aspectos oscuros o borrosos del escritor, e incluso respuestas a algunos enigmas. De todas las biografías sobre Salinger, es ésta la menos respetuosa con él (creo que era más respetuosa la de Kenneth Slawenski, que recomendé en este blog hace tiempo), la que más agrede su intimidad o lo que fue su intimidad.
Al mismo tiempo, sin embargo, es fascinante. Siempre y cuando sientas por su obra la misma veneración que siento yo. Siempre que te magnetice esa personalidad huidiza, esquiva, que Salinger se encargó de propagar. Y es fascinante porque los biógrafos miran debajo de la alfombra y sacan detalles que no se conocían. Porque antes yo sólo había visto tres o cuatro fotos del autor de Franny & Zooey y El guardián entre el centeno. Y aquí nos damos un festín: de imágenes, de pasajes inéditos, de anécdotas.
Esta biografía te depara la misma sensación que ver un cadáver: no quieres verlo, pero no puedes dejar de mirar. Hay algo que no les perdono a Shields y a Salerno, y es que citen sólo una vez a Slawenski y además ataquen su libro (Slawenski no sólo escribió una biografía estupenda, también es un tipo amable, educado, con el que antaño intercambié un par de correos porque me escribió para darme las gracias por recomendar su libro). Por otro lado, se trata de una biografía oral, hecha de declaraciones, de entrevistas, de fragmentos, de confesiones, de retales... y a mí me entusiasman esta clase de biografías.
Este Salinger, como digo, me enseña cosas que yo no conocía. Por ejemplo, que El guardián entre el centeno recibió elogios de William Faulkner e incluso de Samuel Beckett, quien le comentó a un amigo: ¿Has leído El guardián entre el centeno? […] A mí me ha gustado muchísimo, lo que más me ha gustado en mucho tiempo. Pese a las malas críticas que algunos de sus libros tuvieron y a la mala prensa que se ganó por su carácter de hombre que se esconde, fue una de esas pocas personas en el mundo a las que la fama les importa una mierda. Leamos lo que el propio Salinger dijo, declaración que encontramos en este volumen: El hecho de no publicar da una paz maravillosa. Publicar supone una invasión terrible de mi privacidad. Me encanta escribir. Pero escribo solamente para mí mismo y por placer.
Puede que Salinger fuera uno de los últimos autores puros, auténticos, que quedaban (junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo o Cormac McCarthy), en el sentido de ser escritores que procuran mantenerse lejos de las cámaras y del famoseo, tipos que no matarían por una reseña en los suplementos de moda (algo frecuente, por ejemplo, en nuestro país, donde todo se mide con el mismo rasero: si el escritor aparece o no en Babelia o El Cultural). Os dejo con unos cuantos extractos del libro, del que he disfrutado como un niño:
Citado por MICHAEL CLARKSON:
-Bueno, lo entiendo –me dijo [Salinger]–, pero es que me estoy amargando. No sabe cuántas veces he pasado por esta situación en los últimos veinticinco años, ya estoy harto. ¿Sabe usted cuántas veces he oído esa misma historia, una y otra vez? Viene gente de todas partes: de Canadá, de Sacramento, de Europa… Vino una mujer de Suiza, creo, que se quería casar conmigo. Una vez me cogió un tipo en un ascensor y me tuve que escapar. Yo no les puedo decir nada a esas personas que los ayude con sus problemas. –Hizo una pausa–. Nada que diga un hombre puede ayudar a otro. Cada cual tiene que buscarse la vida. De cara a usted, solamente soy el padre de un muchacho. Ya ha visto a mi hijo bajar por el camino. Yo no estoy aquí para ayudar a la gente como usted a resolver sus problemas. No soy profesor ni vidente. No soy psicólogo. Es posible que en mis relatos plantee preguntas sobre la vida, pero no pretendo saber las respuestas. Si quiere usted preguntarme alguna cosa sobre escritura, puedo decirle algo. Pero no soy psicólogo, soy narrador.
Y prosiguió:
-No puedo darle una moneda mágica que se pueda poner usted debajo de la almohada para que cuando se despierte por la mañana se haya convertido en escritor de éxito. Intentar enseñar a escribir a alguien es como si un ciego guía a otro ciego. Si se siente usted solo, la escritura presenta beneficios terapéuticos. Yo le sugiero que lea a muchos escritores. No escriba sucesos reales. Mezcle sus experiencias. Planee sus relatos con meticulosidad. No tome decisiones precipitadas y no se agobie demasiado con los críticos y toda su locura psicoanalítica.
[…]
-Se ha escondido usted de sus fans y ha dejado de publicar.
-Ser un escritor público interfiere con mi derecho a la privacidad. Escribo solamente para mí mismo.
-¿No quiere compartir sus sentimientos en el papel con la gente?
-No –me dijo. Y me acuerdo de que me apuntó con el dedo como si fuera una pistola–. Es así como los escritores se meten en problemas. –Y me dijo que lamentaba ciertas cosas de su carrera literaria. Dijo que la de escritor es "la profesión más demencial". Que pensaba que los críticos analizaban demasiado su obra.
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EBERHALD ALSEN: Cuando Salinger muestra su desprecio hacia Hollywood y el cine, no hay que interpretar en absoluto que odia el cine como forma de arte. De hecho, poseía una colección enorme de películas.
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MICHAEL SIVERBLATT: […] A [Gordon] Lish le interesa la literatura como infección […].
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JEAN MILLER: Una de las cosas que le preocupaban de El guardián entre el centeno era que normalmente los libros tenían éxito un año y luego la gente se olvidaba de ellos. Y entonces sufrías una presión constante para escribir otro. Creo que eso lo ponía nervioso porque no estaba seguro de que fuera a ser capaz de escribir otro libro, de tener tema para otro libro; tal vez quería volver a los relatos.
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JEAN MILLER: […] Pero su mudanza no quería decir que se hubiera vuelto un ermitaño. Simplemente no quería estar con escritores. Y ciertamente no quería ser el centro de todas las conversaciones de Nueva York. Me dijo que la ciudad estaba llena de parásitos de la literatura y que él no quería tener nada que ver con ellos.
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JEAN MILLER: […] Desde que había tomado la decisión de escribir, ya no era un hombre libre. Ni siquiera podía darse una vuelta en coche por el campo sin que las palabras le pesaran y lo oprimieran, mientras que un hombre de negocios se podía ir a dar una vuelta en coche por el campo y desconectar. Cuando él viajaba, en realidad no estaba viajando. Simplemente se estaba llevando su máquina de escribir a otro punto geográfico.
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JOHN UPDIKE: La celebridad es una máscara que se te come la cara. En cuanto eres consciente de ser alguien, de que la gente te mira o te escucha con interés especial, dejas de recibir estímulos de los demás, y el artista se vuelve ciego y sordo por culpa del exceso de animación. Uno puede o bien ver o bien ser visto.
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ALEX KERSHAW: Siendo muy joven escribió un libro que se convirtió al instante, o casi, en un clásico. Y fue considerado uno de los más grandes de su generación. Y él se dio la vuelta y dijo: "Pues mira. ¿Y qué? La vida es más que eso".
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J. D. SALINGER: Estoy harto de que me cojan por banda en los ascensores, de que me paren por la calle y de gente que se mete en mi propiedad privada. He dejado mi posición bien clara desde hace treinta años. […] Quiero que me dejen en paz, completamente en paz. ¿Por qué no puedo vivir tranquilo?
[Seix Barral. Traducción de Javier Calvo]