Incluso cuando se embarcan en proyectos a priori comerciales y con presupuesto norteamericano, hay una diferencia entre los cineastas asiáticos y los anglosajones: los primeros ruedan (y coreografían) las escenas de acción como si pertenecieran a un ballet y son poco dados a las complacencias, de modo que en sus películas siempre hay dos o tres transgresiones que no se permitiría el cine de Hollywood. Ésa es una de las razones para adorar Snowpiercer (aka Rompenieves, inspirada en un cómic francés), pero no la única: la primera es que su director, Bong Joon-ho, es un maestro colocando la cámara y planificando secuencias llenas de tensión dramática, como ya demostrara en Memories of Murder o The Host; la segunda, que construye una de las películas de ciencia-ficción más sugestivas y emocionantes del año; la tercera, que su distopía apuesta por un universo cerrado y pequeño (todo el filme sucede a bordo de un tren que nunca se detiene y atraviesa a mucha velocidad una Tierra asolada por la nieve y el hielo) que acaba siendo un modelo de la sociedad actual, con los pobres en un extremo (en la cola del tren), maltratados y hambrientos y alejados del lujo, y los ricos en el otro (en los primeros vagones del convoy), aprovechándose de la mano de obra y los recursos que les facilitan los primeros para lograr un equilibrio natural entre el orden y el caos.
La trama es sencilla: no se puede sobrevivir en el exterior porque las bajas temperaturas congelan a los seres humanos, y dentro del tren (en el que viajan los únicos humanos del planeta) un hombre llamado Curtis, perteneciente a la zona de los pobres, encabeza una revolución para alcanzar el otro extremo del transporte, donde cobijan la comida, el agua, la luz y los lujos. Su meta es llegar hasta Wilford, el tirano que controla los recursos y gobierna con mano de hierro a los pasajeros; a Wilford lo interpreta un gran actor que no desvelaré, pues para mí supuso una sorpresa. Como en Juego con la muerte (recordemos los pisos que subía el héroe), cada nuevo vagón al que logran acceder es una caja de sorpresas, donde esperan las trampas y los enemigos, las huellas del ecosistema y los últimos resquicios de una tierra extinguida. He citado una película de artes marciales, pero en realidad Snowpiercer tiene más en común con Rascacielos, la extraordinaria novela de J. G. Ballard. Digamos que Rompenieves es una especie de Rascacielos en horizontal. Aunque también he detectado guiños u homenajes y referencias a otros títulos, sean literarios o cinematográficos: 1984, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), El tren del infierno, El show de Truman… Snowpiercer, dirigida con excepcional habilidad por Bong Joon-ho, contiene además detalles del fantástico y del terror a veces sólo sugeridos que engrandecen su propuesta: el momento en que se revela el origen de las proteínas que comen los pobres, el vagón donde espera una legión de verdugos, el castigo al que someten a uno de los miserables de cola, la narración de Curtis (Chris Evans en su mejor papel hasta ahora) desvelando un pasado en el que no faltan las atrocidades, los breves vistazos a un exterior donde la nieve aún no ha cubierto del todo los restos de máquinas y humanos… Una película grandiosa, de culto inmediato.
La trama es sencilla: no se puede sobrevivir en el exterior porque las bajas temperaturas congelan a los seres humanos, y dentro del tren (en el que viajan los únicos humanos del planeta) un hombre llamado Curtis, perteneciente a la zona de los pobres, encabeza una revolución para alcanzar el otro extremo del transporte, donde cobijan la comida, el agua, la luz y los lujos. Su meta es llegar hasta Wilford, el tirano que controla los recursos y gobierna con mano de hierro a los pasajeros; a Wilford lo interpreta un gran actor que no desvelaré, pues para mí supuso una sorpresa. Como en Juego con la muerte (recordemos los pisos que subía el héroe), cada nuevo vagón al que logran acceder es una caja de sorpresas, donde esperan las trampas y los enemigos, las huellas del ecosistema y los últimos resquicios de una tierra extinguida. He citado una película de artes marciales, pero en realidad Snowpiercer tiene más en común con Rascacielos, la extraordinaria novela de J. G. Ballard. Digamos que Rompenieves es una especie de Rascacielos en horizontal. Aunque también he detectado guiños u homenajes y referencias a otros títulos, sean literarios o cinematográficos: 1984, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), El tren del infierno, El show de Truman… Snowpiercer, dirigida con excepcional habilidad por Bong Joon-ho, contiene además detalles del fantástico y del terror a veces sólo sugeridos que engrandecen su propuesta: el momento en que se revela el origen de las proteínas que comen los pobres, el vagón donde espera una legión de verdugos, el castigo al que someten a uno de los miserables de cola, la narración de Curtis (Chris Evans en su mejor papel hasta ahora) desvelando un pasado en el que no faltan las atrocidades, los breves vistazos a un exterior donde la nieve aún no ha cubierto del todo los restos de máquinas y humanos… Una película grandiosa, de culto inmediato.