Sin duda, una de las editoriales más prestigiosas del momento es Sexto Piso. El catálogo que está reuniendo es como para ponerse de rodillas y rendirle culto. Tengo en mi biblioteca un montón de libros suyos, pero el problema es que las lecturas se van acumulando y se cruzan otros títulos en el camino del lector y algunas de las publicaciones de esta editorial son muy voluminosas. Pero El territorio interior sólo ronda las 130 páginas (menos, si quitamos el postfacio y los créditos), así que puede leerse en una tarde.
Lo primero que debemos alabar es la edición. El texto en prosa del poeta Yves Bonnefoy va intercalando fotografías, bocetos, detalles de pinturas y reproducciones de cuadros clásicos. Aquí se han respetado (supongo que la edición original es similar) los términos: las imágenes son grandes, a veces incluso ocupan una o dos páginas completas; las que requieren color, aparecen efectivamente en color, sin que los tonos estén desvaídos, conservando la fuerza de colores del original; y dichas imágenes son nítidas, están reproducidas con una calidad notable.
Lo segundo, es obvio, es el texto de Bonnefoy. El territorio interior no es exactamente un libro de viajes al uso, aunque también se podría calificar como libro de viajes. No es poesía, pero contiene una prosa poética en la que no faltan ciertos matices oníricos, como si el autor (y el lector) estuvieran metidos, a ratos, en un sueño. En realidad es una reflexión sobre la búsqueda del propio Bonnefoy, la búsqueda de ese territorio interior que va surgiendo a medida que el autor y el viajero recorren los mapas de la memoria y los lugares de la tierra donde se conservan algunas de las grandes obras del ser humano: esculturas, templos, ruinas, pinturas…
Para comprender mejor las intenciones del escritor, os dejo con tres fragmentos del libro y con un enlace a las primeras páginas (en las que se puede comprobar el modo en que texto e imagen interactúan):
El área del territorio interior se extiende desde Irlanda hasta las lejanías del imperio de Alejandro, que Camboya prolonga. Sus provincias son Egipto, las arenas de Irán que ocultan bibliotecas, las ciudades islámicas de Asia, Zimbabue, Tombuctú, los viejos imperios de África –y por supuesto el Cáucaso, Anatolia y todos los países del Mediterráneo, aun si el templo griego, rectangular, me habla de otra manera. Porque las civilizaciones que congrego, nacidas del deseo de fundar, tienen como signo de sí mismas el círculo, el patio central y el domo. Pero pagan el precio de estar sitiadas por otro círculo, el del horizonte desconocido, el del llamado a peregrinar hasta la lejanía, el de la búsqueda, la obsesión de otro polo, el de la duda. El área del territorio interior es el orgullo, pero también la insatisfacción, la esperanza, la credulidad, la fuga, la fiebre siempre próxima. Y no la sabiduría. Pero quizá –cómo saberlo– algo mejor.
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Dicho de otra forma, concebí el proyecto de escribir un libro donde el viajero recorrería su propio camino o, mejor, se comprometería con él verdaderamente, e iría donde yo no había ido, reflexionando sobre las obras con mayor cuidado del que yo mostré: y daría de nuevo vida a las ilusiones que no tuve, por así decirlo, más que en sueños, y descubriría lo que yo aún ignoraba, la razón de ser y los mecanismos de esa descentralización en el nombre del centro, de ese guante al envés que era mi vida.
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No he resuelto nada, y justamente es por eso que sigo siendo escritor, porque escribir es la leña que se acumula, y no la llama que, por instantes, entre el humo, comienza. […] ¿El gran arte? Es no olvidar, en la lejanía, el aquí: el tiempo, el humilde tiempo de lo que aquí hemos vivido entre las ilusiones de allí, esa sombra de lo intemporal.
[Sexto Piso. Traducción de Ernesto Kavi]